Notas de un día
Hoy estuvimos en el ISRI, donde estudian los muchachos que
serán diplomáticos. Me invitó Gerardo Hernández, que es vicerrector de ese
centro de estudios. Tuve que ser un poco breve porque estamos en los
preparativos del concierto de mañana en San Antonio. Pero fue muy gratificante
una reunión con estudiantes universitarios que, por lo visto, son muy dinámicos
y combativos. Este colectivo juvenil fue el primero en lanzarse a la calle el
25 de noviembre y avanzar hacia la
Universidad de La Habana, diciendo una consigna que prendió inicialmente
en la Universidad y después en toda Cuba: Yo soy Fidel.
Antes de empezar tuve el gusto de compartir unos minutos con
Danny Glover , su esposa y algunos otros amigos de Norteamérica, entre ellos un
compañero (James Early) que conocí hace unos años en el
Museo Smithsonian de Washington. El hizo una anécdota que yo no
recordaba: que allí, entre satélites y aviones, le había preguntado si tenían
registrado al primer cosmonauta Latinoamericano y además descendiente de
africanos: Arnaldo Tamayo. Para mi gusto este compañero me llevó hasta el sitio
donde está la foto de Tamayo y se explica quien es. La verdad es que me creció el aprecio por el
Smithsonian, que ya lo tenía, cuando comprobé que nos hacía justicia.
Después, en el encuentro con los estudiantes, empecé con la
primera canción que recuerdo haber escuchado cantar a mi abuela y a mi madre: El Colibrí. Años después, cuando ya me
desenvolvía un poco con la guitarra, le agregué una armonía que me parecía
correcta y con tal acompañamiento la canté infinidad de veces, primero en el
ejército y después a mis amigos. Mi madre la cantaba conmigo y quienes la
aprendieron, como Frank Fernández, asumieron aquella armonía como la natural.
Tiempo después descubrí que en Nicaragua, Venezuela y otros países del Caribe
había versiones parecidas del mismo texto, con pocas variantes. Siempre he
pensado, aunque no tengo la evidencia, que se trató de un poema del siglo 19
que algún trovador musicó.
La segunda canción fue Historia
de las sillas, una de las mías que distingo, entre otras razones porque la
vida me demostró que lo que se me ocurrió hace tantos años era cierto. Todas
las líneas de esa canción me han sucedido. Y sigo pensando que, a pesar de las
tormentas y las soledades, vale la pena tener canción y compañía. Igualmente he
seguido viendo que el devenir va mostrando una silla tras otra, hasta que la
naturaleza te sienta en la última, pienses tú lo que pienses.
La tercera canción fue Tonada
del albedrío, y la hice como la ideé, medio instrumental, aunque en este
caso con solo mi guitarra.
Pregunté si querían alguna subversiva y, como noté un
ambiente gustoso, la cuarta fue Viene la
cosa, que me quedó aceptable. Lo digo porque desde que la hice he tenido
alguna dificultad en cantar la melodía y a la vez puntear un contracanto, por
supuesto sin abandonar la síncopa del bajo. Como muchas veces en la música, lo
que hay es que no pensarlo sino hacerlo.
De pronto la tatagua
fue la quinta, y me acordé que la puse aquí en el blog, en los días que la
hice. Por cierto, entre el público estaban Arlen y Yamirys.
Pequeña serenata
diurna, breve, como la versión original, fue la quinta canción. Y la sexta
fue Ángel para un final, porque me la pidieron (y la tenía en dedos, ya que hoy
la pasé con el cuarteto).
Son notas de un día --de un trovador, que es lo que soy.
La compañera de la derecha es Isabel Allende, Rectora del ISRI, y la joven creo que la presidenta de la FEU del centro.
Todas las fotos son de: Pepín, el Obrero.
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