Por Luis Manuel Arce
Alepo, en
Siria, está a 535 kilómetros al oeste de Mosul, en Iraq, en ruta aérea
directa, y 610 km por carretera; tienen de parecido que en ambas se
respira una atmósfera contaminada por la pólvora y el olor a sangre
descompuesta.
En una y
otra hay cientos de cráteres de bombas, escombros de antiguas o modernas
construcciones, montañas de casquillos vacíos de obuses y fusiles cuyas
cargas explosivas ya cumplieron su función de guerra, palabra muy
recurrida para encubrir y justificar crímenes de toda laya y que quienes
la usan en política procuran despojarla de sus acepciones de horror,
muerte y dolor.
Otro
denominador común, aunque ya pretérito para el caso de Alepo, es que en
ambas el Estado Islámico, Daesh -o como se le guste llamar a las fuerzas
terroristas desbordadas no por valores propios ideológicos, religiosos o
financieros sino por el apoyo recibido de los verdaderos poderosos-,
pretendió inscribir a esa ficción en los libros de bautizo con nombre y
apellidos, rostro, sede, capital, territorio, propiedades, soberanía y
hasta un líder público con una mesnada y demás atributos necesarios para
actuar como aglutinador del mundo musulmán yihaidista más tenebroso y
conservador.
Hay otra
coincidencia real entre Alepo y Mosul: sus trincheras fueron cavadas por
el mismo zapador del Desh y sus aliados con un propósito de unir en un
solo territorio ambas ciudades para balcanizar a Siria y esa parte de
Irak con el fin de crear un Estado tapón artificial, debilitar el
gobierno de Bashar al Assad y crear el ámbito para fabricar un régimen
afín a Occidente.
Pero en
esos 535 kilómetros que separan a Alepo de Mosul las contradicciones son
tantas y tan adversas que convierten en un imposible histórico reunir
bajo un mismo cielo en la misma área y con un conductor como el Daesh u
otros afines a Israel y Estados Unidos, a tantas fuerzas divergentes de
las que los clanes kurdos, ya sean de Iraq, Siria, Irán o Turquía, son
solo una parte de ellas, aunque muy importantes.
Esas
perspectivas idílicas marcan la primera y más profunda diferencia entre
lo que ocurre en Alepo y Mosul, pues mientras en la ciudad siria estaba
bien identificado el Daesh como enemigo a derrotar frente a los rebeldes
con quienes era posible negociar, en la iraquí el Estado Islámico
seguía siendo una carta de triunfo de Israel y Occidente, y en ese
sentido no era un enemigo común de Rusia, Siria y Estados Unidos y sus
aliados, sino una conjunción circunstancial.
Si alguna
duda quedaba al respecto, ya en sus días finales en la Casa Blanca el
presidente Barack Obama deja ver mejor su juego tramposo al adoptar una
posición muy negativa ante los esfuerzos de Rusia, Irán y Turquía de
mediar un acuerdo de paz después de adoptar una declaración que
estableció los principios a los que debía adherirse cualquier pacto.
A
contrapelo de la historia, Estados Unidos anunció que reduciría algunas
restricciones sobre los suministros de armas para rebeldes sirios, lo
cual fue interpretado por Moscú como un "acto hostil" que amenaza la
seguridad de sus aviones y personal militar en Alepo y otros teatros de
batalla, y le advirtió a la Casa Blanca que esa decisión era riesgosa.
De forma parecida asumen el aviso de la Casa Blanca Irán y Turquía.
Como una
derivación de esta primera gran diferencia entre Alepo y Mosul, está
otra de suma importancia: la que marca los tonos de la acción militar en
esos dos escenarios.
Mientras la
ofensiva de Siria y Rusia fue muy clara en su objetivo de liberar Alepo
y expulsar las fuerzas del Daesh en tanto se mantenían los esfuerzos
negociadores con los rebeldes para un cese el fuego duradero que
condujera a la paz nacional, en Mosul la coalición militar que lidera
Estados Unidos avanzaba muy lentamente y los propósitos de la Operación
Escudo del Éufrates no eran percibidos de manera clara ni siquiera por
el gobierno iraquí.
El
trasfondo del atraso en la reconquista de Mosul lo pusieron de relieve
el presidente de Turquía, Recep Tayyib Erdogan, y el primer ministro
iraquí, Haidel al Abadi.
Erdogan
anunció que tenía pruebas de que la coalición apoya a grupos terroristas
como el Estado Islámico en Siria y a determinados grupos kurdos, y
aseguró que poseía al respecto fotografías y videos, al tiempo que
denunció que las fuerzas de la coalición internacional no cumplen sus
promesas y por ello no se esfuerzan de manera adecuada para eliminar la
amenaza del EI.
Al Abadi,
por su parte, confirmó de hecho que el objetivo de Estados Unidos en
Mosul era mantener en Iraq una presencia militar fuerte después de la
expulsión –si se consigue- del EI, al anunciar que ninguna presencia
militar extranjera será tolerada en el país después de la liberación del
enclave, contrario a lo que había declarado el secretario de Defensa de
EE.UU. Ashton Carter.
“Una vez
que la operación para la liberación de Mosul termine, ninguna fuerza
extranjera tendrá el derecho a permanecer estacionada en suelo iraquí”,
dijo textualmente el primer ministro en respuesta a la declaración de
Carter de que “el Ejército norteamericano y sus socios internacionales
tienen necesidad de continuar en Iraq, incluso después de la derrota del
EI en Mosul”.
Esta
situación muestra otra diferencia entre lo que ocurrió en Alepo donde
hubo una perfecta coordinación entre los militares rusos con los sirios,
lo cual fue fundamental en la victoria militar sobre el Daesh y la
diplomática al conseguir que los rebeldes aceptaran un acuerdo del cese
el fuego a pesar de la quinta columna introducida por Estados Unidos
para abortarlo.
En cambio,
las discrepancias y descoordinaciones en Mosul entre las tropas de
voluntarios de Iraq (Hashid al Shaabi) han sido casi escandalosas porque
de alguna manera han obstaculizado la tercera fase de las operaciones
militares en el oeste cuyo objetivo declarado es ayudar a las fuerzas
militares conjuntas a tomar el control de las áreas que quedan en poder
del EI, y mantener cortadas las rutas de suministro desde Mosul a Raqqa.
Pero Abadi
admitió que EE.UU. lo está presionando para que impida al Hashid al
Shaabi realizar más avances en el lado oeste de Mosul, incluyendo Tal
Afar. Parece que se abre paso la tesis de que a Washington no le
conviene la toma de Mosul porque podría suponer una derrota de su plan
para la división de Iraq en favor también de Israel y un cambio en la
correlación de fuerzas en Siria, donde el terrorismo se verá más
debilitado aún si el Daesh es desalojado y se queda sin una retaguardia
segura.
Es un
panorama completamente diferente al de Alepo, y a solo unos días de
cambio de inquilino en la Casa Blanca lo más lógico es que el equipo de
asesores y especialistas en la zona delm nuevo Presidente, ya tenga
elaborada una estrategia propia para Iraq, Siria, Turquía e Irán al
respecto.
No sería
extraño un cambio radical de estrategia si se toma en cuenta que en Iraq
los estadounidenses han sido superados por el giro que toman los
acontecimientos por el rápido avance de las tropas y milicias iraquíes
en su guerra contra el EI estimulados por los acontecimientos en Alepo, y
no parece que sea sostenible la errática política de Barack Obama de
multiplicar sabotajes y el suministro de armas a los terroristas de EI
en Mosul como han denunciado voceros de Hashid al Shaabi.
La
conformación de un gobierno petrolero, como podría sintetizarse el
equipo de multimillonarios que acompañará a Donald J. Trump en la Casa
Blanca, el Pentágono, la Secretaría de Estado, Comercio y Medio
Ambiente, puede deparar sorpresas en cuanto a la forma de intentar
dominar la rica y extensa zona de hidrocarburos que ni el clan de los
Bush, ni Obama, pudieron lograr por la vía militar y la destrucción de
ciudades que provocó el éxodo masivo que ha puesto a temblar a Europa.
Es bueno
recordar que en el caso sirio han sido firmados tres documentos: el
primero entre el gobierno y la oposición armada sobre el cese del fuego
para el conjunto del territorio de Siria. El segundo sobre la puesta en
marcha de medidas para controlar el respeto de la tregua, y el tercero
una declaración de la voluntad de las partes de empezar negociaciones
para una solución.
El ministro
de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, dijo que Estados Unidos podría
unirse al proceso de paz una vez que el presidente electo Donald Trump
asuma el cargo el 20 de enero. Esa es una oportunidad de oro que merece
ser tomada en cuenta.
Moscú y
Damasco han extendido también la invitación a Egipto, Arabia Saudita,
Qatar, Iraq, Jordania y Naciones Unidas con la idea de acabar
definitivamente la pesadilla siria que comenzó cuando un levantamiento
pacífico fue transformado intencionalmente en violencia en 2011.
Desde
entonces ha causado más de 300.000 muertes y el desplazamiento de más de
11 millones de personas, la mitad de la población del país antes de la
guerra, y una destrucción sin precedentes de casi todo el rico y
milenario patrimonio material de esa nación.
Ojalá que
este derramamiento de sangre no haya sido inútil y que como mínimo
termine –como sueña mi amigo panameño Guillermo Castro- en la creación
de un Kurdistán independiente y de un Estado palestino con todas las de
la ley, un Iraq sosegado y dueño de sus riquezas, y un regreso de Siria
a lo que siempre fue.
En Siria e
Iraq se demuestra, como también señala mi amigo, que “las viejas y
nuevas potencias coloniales de la región - Gran Bretaña, Francia y
Estados Unidos - han venido administrando un proceso de descomposición, y
esto a fin de cuentas no puede producir otro resultado que la
generalización de lo administrado. "La hora de los resultados será de
los pueblos, o no será”.
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