Actores con una bandera china durante un espectáculo con motivo del centenario del PCCh, Pekín, el 29 de junio de 2021. Ng Han Guan / AP
TESORO Eurasia. China: El Partido y La República.
Por Orestes Martí
El Partido Comunista de China (PCCh) cumple sus primeros 100 años y según ha reportado la prensa internacional “Con un espectáculo masivo y fuegos artificiales dio inicio Pekín la celebración”, mientras que se escriben interesantes materiales de análisis sobre este importante acontecimiento histórico.
En un primer material que vamos a referenciar, la Agencia Informativa Latinoamericana Prensa Latina publica un trabajo de Germán Ferrás Álvarez bajo el título “Destacan la historia del Partido Comunista de China”, en el que entre otras cosas se recogen las declaraciones de la encargada de negocios en Cuba, Zhang Yiwen, en el sentido de que “para comprender a la China actual, la llave de oro radica en un conocimiento adecuado del centenario del Partido Comunista (PCCh)”.
Vamos también a compartir con nuestros amables lectores quizás una de las más concretas “síntesis” que hemos identificado sobre el tema que hoy nos ocupa.
Ocho tesis sobre el centenario del Partido Comunista Chino
El Partido Comunista de China (PCCh) celebra sus primeros cien años y lo hace en una coyuntura de pleno apogeo político, pero igualmente bajo el asedio de importantes retos, tanto internos como externos. Curtido en una larga y dura lucha, el PCCh encara esta crucial etapa con la mirada puesta en otro centenario, el que celebrará la República Popular China en 2049, expresión esencial de una trayectoria que podíamos sintetizar en ocho tesis.
En primer lugar, los cien años del PCCh (1921–2021) trazan una línea de clara continuidad que abunda en la trascendencia del ideal nacional como factor movilizador principal en su constitución y desarrollo, resolviendo muy inicialmente su relación paralela y controvertida con el internacionalismo de matriz soviética. El compromiso con el propio país y su vocación transformadora destacan el patriotismo como una variable ideológica sustancial que rechaza cualquier servidumbre que no sea la debida a los intereses fundamentales del propio país. Este es un dato trascendental, manifestado tanto antes como después de la Revolución, que expresa una irrenunciable vocación de servicio nacional que va más allá de los intereses de cualquier clase o grupo social.
En segundo lugar, a la vista de su especial protagonismo en el devalar contemporáneo del país, la historia del PCCh es, en gran medida, la historia de la propia China en los últimos cien años. Y son también los factores históricos los que condicionan buena parte de una evolución marcada por el orgullo de su civilización y por la reacción ante la tragedia de la decadencia y la pérdida de soberanía efectiva a manos de la desmembradora penetración occidental. Esta supuso ingentes costes y sacrificios a su propia población, una colectividad que también ha asumido en primera persona el precio de una recuperación que ahora vislumbra al alcance de la mano. Se necesita interiorizar una perspectiva de largo plazo para comprender el sentido de la gobernanza china, tanto en el orden interno como en la significación internacional del país, una visión que ayudaría a mucho a relativizar el papel y la relevancia de aquellos actores mundiales que hoy se reclaman líderes globales por derecho propio como si lo hubieran sido desde el origen de los tiempos.
Tercero, el maoísmo (1935–1978), más allá de la gesta revolucionaria, quiso representar la búsqueda de una vía original para dar respuesta a las necesidades de un país atrasado y deshecho por décadas de guerra, apelando a la fuerza de la ideología y de la voluntad como instrumentos motivadores de la modernización. Durante el período revolucionario fue capaz de sustanciar estrategias políticas y militares lo suficientemente audaces y heterodoxas como para vencer contra todo pronóstico en una contienda profundamente desigual. Si la proclamación de la Nueva China tiene en la perspicacia, autonomía y profundidad de su pensamiento una referencia insoslayable, también la impaciencia y el voluntarismo, en un contexto de guerra fría compleja y persistente, deben ser advertidos como contraindicaciones resultantes de dicha etapa.
Cuarto, el denguismo (1978–2012) impuso el pragmatismo como corriente principal en un nuevo tiempo inspirado en el desarrollo de la economía y de la sociedad sin por ello abdicar de los fundamentos políticos instituidos en 1949, cuya preservación se convirtió en uno de los asuntos capitales en un contexto de efervescencia, rápida transformación y eclosión de innumerables problemas de otro tipo, ya fueran contradicciones o desequilibrios, abordados con perspectiva estratégica. Elevándose sobre las bases establecidas en el periodo inmediatamente anterior, la reforma y apertura proporcionaron a China la visión necesaria para plasmar un socialismo adaptado a sus peculiaridades que incluye no solo nuevas perspectivas de sinización del marxismo como también el nivel preciso de experimentación para avanzar en el desarrollo “buscando la verdad en los hechos”. Los importantes logros de esta etapa permitieron una segunda transformación de la realidad del país y de su significación internacional abundando en la originalidad del proceso chino, afianzando con ello su singularidad en base al éxito general de sus políticas.
Quinto, el xiísmo (2012- ) apunta a culminar la transformación de China en un país moderno y próspero con fundamento en un sistema político basado en la irrenunciable preeminencia del PCCh e igualmente en la afirmación del país como actor singular del orden internacional emergente. Desde el audaz salto tecnológico a la mejora de los indicadores sociales o ambientales, corrigiendo con diligencia déficits acumulados del pasado, y con una economía sostenible establecida en base al nuevo paradigma de la doble circulación, la definición de una nueva legitimidad basada en el Estado de derecho sirve de referencia para instituir las señas de identidad de la China del siglo XXI. Este nuevo estatus, en el ámbito internacional, significa asumir nuevas responsabilidades y enfoques que concretan la traslación de su dimensión económica a otras áreas de la gobernanza global, desde la seguridad a la institucionalidad. Este tránsito, lejos de entenderse amenazante, debiera encontrar la receptividad precisa en líderes, países y foros que expresan ese destino compartido de la humanidad.
Sexto, en todo este proceso, el PCCh se afianzó como una estirpe de nuevo signo, administradora de una realidad marcada por la conformación de una economía mixta, una sociedad cada vez más acomodada, un modelo de gobernanza singular, el eclecticismo ideológico, el reencuentro con la cultura tradicional y una interdependencia creciente con la comunidad internacional. Ejerciendo su liderazgo político y burocrático a todos los niveles, el PCCh ha conjugado las dosis de liberalización precisas para fomentar y facilitar el desarrollo y, al mismo tiempo, establecer los diques necesarios para impedir que ello afecte a la identidad del proyecto histórico que representa, es decir, la fidelidad a ese tránsito perseverante en la materialización de la etapa primaria de la construcción de una sociedad socialista.
Lejos de renunciar a su ideario o simbología, resistiendo los embates de las crisis políticas suscitadas en otras latitudes y que derivaron en el establecimiento de una nueva correlación de fuerzas a nivel global, más desfavorable aún, el PCCh, resistiendo, se ha mantenido fiel a su propósito fundacional, persistiendo en sus raíces y evitando así que de los enormes cambios registrados en el mundo tras el fin de la guerra fría pudiera deducirse una claudicación de sus ideales.
Séptimo, persuadido por su antiimperialismo fundacional, el PCCh descarta hoy día cualquier vocación mesiánica pero reivindica al mismo tiempo su derecho a recorrer una vía nacional adaptada a su idiosincrasia, incorporando a ella todo cuanto de utilidad considere en el acervo universal pero reclamando su derecho a persistir en todo cuanto estime idóneo del propio imaginario chino. Si algo se deduce de la experiencia del PCCh es que cada país o sociedad debe indagar en su vía hacia el desarrollo y la prosperidad; por tanto, no cabe contemplar cualquier propósito de traslación mecánica de su trayectoria a terceros. Indudablemente, hay aspectos de interés en su proceso que debieran ser analizados y tenidos muy en cuenta; no obstante, su modelo no se plantea como un paradigma universal excluyente y dominante.
Por último, no es posible conocer la China de hoy prescindiendo de la historia del PCCh. Desde el exterior, importa conocer y comprender su naturaleza, sus afanes fundacionales y las señales determinantes de la larga transición que representa a fin de vislumbrar no sólo su perfil subjetivo sino la razón que da sentido a su determinación y nos dilucida las intenciones estratégicas de la propia China. El PCCh es la clave estructural principal de China hoy, el sostén de su armazón institucional a todos los niveles.
En su balance, el PCCh debe consignar adecuadamente la satisfacción de los enormes logros alcanzados. Su punto de partida era realmente modesto y sin embargo ha logrado transformar el propio país y, en buena medida, también el mundo. La nueva realidad china e internacional es inseparable de su capacidad para efectuar certeros diagnósticos y definir estrategias adecuadas y flexibles partiendo de su propio contexto. Esta es la razón principal de su acierto en la gestión de su agenda. Por otra parte, de sus experiencias amargas debe igualmente extraer conclusiones que actúen a modo de vacunas para evitar recidivas en comportamientos y políticas que han dilatado o ensombrecido la consecución de sus objetivos.
La mejora de las condiciones de vida de la sociedad china, la apuesta por la justicia y la ampliación de derechos a todos los niveles, la profundización democrática o el sentido universal de una acción que tiene su punto de arranque en el propio país, constituyen líneas maestras cuya vigencia se advierte en 1921 y en 2021.
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Tercero, el maoísmo (1935–1978), más allá de la gesta revolucionaria, quiso representar la búsqueda de una vía original para dar respuesta a las necesidades de un país atrasado y deshecho por décadas de guerra, apelando a la fuerza de la ideología y de la voluntad como instrumentos motivadores de la modernización. Durante el período revolucionario fue capaz de sustanciar estrategias políticas y militares lo suficientemente audaces y heterodoxas como para vencer contra todo pronóstico en una contienda profundamente desigual. Si la proclamación de la Nueva China tiene en la perspicacia, autonomía y profundidad de su pensamiento una referencia insoslayable, también la impaciencia y el voluntarismo, en un contexto de guerra fría compleja y persistente, deben ser advertidos como contraindicaciones resultantes de dicha etapa.
Cuarto, el denguismo (1978–2012) impuso el pragmatismo como corriente principal en un nuevo tiempo inspirado en el desarrollo de la economía y de la sociedad sin por ello abdicar de los fundamentos políticos instituidos en 1949, cuya preservación se convirtió en uno de los asuntos capitales en un contexto de efervescencia, rápida transformación y eclosión de innumerables problemas de otro tipo, ya fueran contradicciones o desequilibrios, abordados con perspectiva estratégica. Elevándose sobre las bases establecidas en el periodo inmediatamente anterior, la reforma y apertura proporcionaron a China la visión necesaria para plasmar un socialismo adaptado a sus peculiaridades que incluye no solo nuevas perspectivas de sinización del marxismo como también el nivel preciso de experimentación para avanzar en el desarrollo “buscando la verdad en los hechos”. Los importantes logros de esta etapa permitieron una segunda transformación de la realidad del país y de su significación internacional abundando en la originalidad del proceso chino, afianzando con ello su singularidad en base al éxito general de sus políticas.
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Séptimo, persuadido por su antiimperialismo fundacional, el PCCh descarta hoy día cualquier vocación mesiánica pero reivindica al mismo tiempo su derecho a recorrer una vía nacional adaptada a su idiosincrasia, incorporando a ella todo cuanto de utilidad considere en el acervo universal pero reclamando su derecho a persistir en todo cuanto estime idóneo del propio imaginario chino. Si algo se deduce de la experiencia del PCCh es que cada país o sociedad debe indagar en su vía hacia el desarrollo y la prosperidad; por tanto, no cabe contemplar cualquier propósito de traslación mecánica de su trayectoria a terceros. Indudablemente, hay aspectos de interés en su proceso que debieran ser analizados y tenidos muy en cuenta; no obstante, su modelo no se plantea como un paradigma universal excluyente y dominante.
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