Opinión: ¡Que viene el 2019! (II)
Por Orestes Martí
Como expusimos en la primera parte de este trabajo “dentro de unos breves días comenzará el año 2019; algunos -nosotros también-, publicarán valoraciones, análisis y evaluaciones del año próximo a concluir; nosotros vamos a comenzar por las “tendencias” que ya comienzan a prever los analistas económicos, los políticos de casi todos los signos, así como los especialistas en técnicas prospectivas”, continuemos hoy con un enfoque diferente.
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‘Blade Runner’ no sirve: en busca de nuevas formas de imaginar el futuro
Por José Ángel Plaza López Nuestros imaginarios sobre el mañana se han quedado estancados en ideas que arrastramos desde hace más de un siglo. Hay una urgencia por crear nuevos futuribles desde las necesidades de hoy El calificativo original no resulta muy apropiado para el futuro que imaginamos. A veces incluso podría decirse que el mañana huele a naftalina, con ideas fabuladas hace más de un siglo que esperan su momento para sacudirse el polvo de encima y materializarse con una capa de lustre. Porque lo de los robots, el turismo espacial, las ciudades inteligentes, la reinvención del coche en múltiples variedades (autónomo, volador…) o los alimentos en píldoras forma parte de un imaginario que se remonta a mediados del siglo XIX, con la Segunda Revolución Industrial. “Ahí hubo una gran efervescencia en toda la idealización del futuro, algo que se prolongó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la sociedad comenzó a percibir la tecnología de una manera menos fantástica”, señala Elisabet Roselló, analista de tendencias emergentes y fundadora de Postfuturear, una plataforma de difusión de estudios culturales sobre imaginarios de futuro. Muchas innovaciones nos siguen pareciendo fascinantes, pero la mayoría son una puesta al día de conceptos con los que llevamos especulando más de 100 años. “Son ideas que aparentemente vamos renovando con barnices nuevos, pero hay una urgencia en imaginar desde nuestras necesidades actuales y no desde las del siglo XIX, estamos reciclando visiones de futuro que no están hechas a nuestra medida”, matiza Roselló. Paleofuturos y retrofuturos Pero, ¿qué ocurre si decidimos revisar todos esos tópicos recurrentes en busca de nuevos imaginarios? En primer lugar, deben descartarse aquellos futuribles que ya han caducado, es decir, los escenarios que se imaginaron para una fecha concreta y que una vez llegado ese momento no se materializaron o, si lo hicieron, quedaron desfasados enseguida. Se trata de futuros obsoletos o paleofuturos, un término acuñado por el periodista estadounidense Matt Novak, que en 2007 comenzó a recopilar muestras de este tipo en su blog Paleofuture.com, hoy en día reconvertido en una sección de la web de tecnología Gizmodo. Por ejemplo, en 1900, con motivo de la Exposición Universal de París, se avanzó que en el año 2000 los barcos serían sustentados en el aire por globos de helio y se moverían impulsados por hélices a vapor. En ese mismo futuro, los equipos de bomberos volarían gracias a una especie de mochila con alas para extinguir los fuegos y la mayoría de los trabajos serían realizados de forma casi automatizada por robots bajo supervisión humana. Como llegado el año 2000 ese imaginario no se cristalizó, ya es algo caduco que ha pasado a ser un paleofuturo. Eso sí, todas esas visiones quedaron documentadas entre 1899 y 1910 en la serie de ilustraciones En l’an 2000, conformada por 87 postales producidas por el francés Jean- Marc Côté junto a otros artistas y que posteriormente adquirió Isaac Asimov para recopilarlas en el libro Días futuros: Una visión del siglo XIX sobre el año 2000. En otras ocasiones los paleofuturos no quedan enterrados para siempre, sino que son revisitados y adquieren nueva vida como realidades paralelas en novelas, cómics, series de televisión, películas o videojuegos. Aquí se enmarcan las corrientes retrofuturistas, cuyos proyectos siempre parten de un Punto Jonbar, un momento en el que se desmarcan de la realidad histórica e imaginan un futuro alternativo que jamás existió. Si ese punto tiene un componente tecnológico, los principales movimientos que encontramos son dos: el Steampunk, cuyas tramas se desarrollan en torno a los imaginarios del siglo XIX y la Segunda Revolución Industrial, con referencias al vapor, la arquitectura de hierro y los mecanismos con engranajes enrevesados; y el Dieselpunk, inspirado en el periodo de entreguerras, con la aparición de los coches, la edad de oro de la aviación e inventos propulsados por gasolina y gasóleo. Por entender estos movimientos dentro de la cultura popular, Wild wild west (1999) sería una película enmarcada en el Steampunk, con imágenes de distintos cachivaches impulsados por vapor: máquinas voladoras, arañas mecánicas gigantes y tanques. Por lo que respecta al Dieselpunk, uno de sus referentes cinematográficos es Sky Captain y el mundo del mañana (2004), ambientada en un alternativo 1939 donde unos gigantescos robots quieren dominar la Tierra. Según comenta Roselló, hoy en día el retrofuturismo es un fenómeno “de capa caída” del que tan solo queda algo residual estéticamente, sin grandes novedades desde el punto de vista cultural, tras haber vivido un boom en España hasta hace unos cinco años. Uno de los que comprobó este interés por desenterrar imaginarios de futuro es Félix J. Palma, autor de la que se considera la primera “trilogía victoriana” de la literatura española, conformada por El mapa del tiempo (2008), El mapa del cielo (2012) y El mapa del caos (2014). De entrada, Palma reconoce que él fue el primer sorprendido cuando la primera de estas novelas fue etiquetada como Steampunk: “Creo que solo siendo muy generoso puede incluirse en esa corriente, pero en las secuelas sí añadí elementos más característicos del género, como una concesión a los fans y porque la estética me gusta”. Además de la nostalgia de algo que nunca sucedió o el desencanto por vivir un presente que no es el que nos prometieron, este autor señala que lo que fascina a los lectores y escritores aficionados al Steampunk es “el espíritu ingenuo de esa época o su visión positivista de la ciencia”. Sin embargo, Palma puntualiza que al grueso de los aficionados, “aquellos que no son lectores habituales pero acuden disfrazados a los festivales”, lo que más le atrae es la estética: “Imagino que su lectura del movimiento es mucho más superficial. De hecho, cada vez hay más novelas en las que el aspecto estético prima sobre el resto”, asegura. Nuevos futuribles: los tres mañanas ¿Qué queda de esos hipotéticos futuros una vez descartados los paleofuturos y retrofuturos? Una de las alternativas para imaginar el mañana es la prospectiva, que según el Word Economic Forum es la disciplina que estudia el futuro para comprenderlo y poder influir en él. Pero durante los últimos años algunas voces han señalado debilidades en la prospectiva más clásica. Este es el caso de Jordi Serra, director de investigación del Centre for Postnormal Policy & Futures Studies (CPPFS) y profesor asociado del curso Internet and Global Society en Blanquerna- URL (Universitat Ramon Llull). Según Serra, la realidad actual es muy diferente a la de los que concibieron la prospectiva a finales de la Segunda Guerra Mundial, ya que somos unos 3.000 millones de personas más y han aparecido las TIC y la conectividad global, lo que conlleva un salto cuántico en relación a aquella época. Y, por otro lado, se trata de una disciplina cuyos métodos no contemplan la existencia de sesgos durante la investigación, por lo que muchas de sus anticipaciones pueden ser erróneas. Por eso, desde el CPPFS trabajan en un enfoque particular de la prospectiva que se conoce como Teoría de los Tiempos Postnormales y que refleja la gama de alternativas que nos abre el futuro desde el método de los tres mañanas: el presente extendido, los futuros familiares y los futuros impensados. “No son escenarios complementarios ni consecutivos, sino más bien modos alternativos de contemplar el futuro y que responden a necesidades y propósitos diferentes”, puntualiza Serra. El primero de esos mañanas, el presente extendido, puede definirse como el futuro oficial que encontramos en los informes de organismos como la OCDE o la UE, así como en algunos anuncios publicitarios que presentan las novedades de las compañías tecnológicas. Esta manera de anticipar utiliza tendencias, es decir, analiza las transformaciones que ocurren en el presente para intentar deducir los cambios del futuro, así que parte de la premisa de que lo que ya existe se mantendrá, con modificaciones, durante los próximos años. “Sin embargo, si tu manera de anticipar es extrapolar, acabarás equivocándote porque el futuro menos probable es aquel en el que nada cambia”, matiza Serra. En definitiva, el presente extendido no es muy fiable, a pesar de que ahora mismo domina el imaginario de muchas personas y de importantes sectores económicos, según Serra. Por eso, en vez de estudiar el cambio, el segundo de los mañanas introduce especulaciones acerca del impacto que pueden tener algunas disrupciones que han comenzado a suceder o están a punto de hacerlo. Para mostrar estos futuros familiares, a menudo se recurre a mensajes que se nos presentan a través de los medios, la literatura, el cine, la televisión, las redes sociales… Aquí encontramos futuribles bajo un prisma que, a menudo, busca más una respuesta emocional que racional, como cuando Blade runner 2049 explora la interacción entre seres humanos y posthumanos o cuando Black mirror nos pone delante de impactos potenciales de tecnologías que ya empezamos a usar. “Este tipo de ejemplos exploran posibilidades poco probables, pero no imposibles y, de cierto modo, nos interpelan a pensar sobre cómo nos gustaría que fuera el futuro. Se trata de ser más conscientes de los impactos potenciales de ciertos cambios”, apunta Serra. En muchas ocasiones, esos futuros familiares abren la puerta a la complejidad y se hace necesario ampliar la perspectiva, ensanchar los horizontes y descubrir elementos que se salen de la pauta. Estos escenarios son los propios del tercer mañana, el de los futuros impensados, que tienen que ver con nuestra capacidad de cuestionar e incluso desaprender a partir de situaciones que caen fuera del análisis crítico y evidencian futuribles que se alejan de lo que consideramos concebible. Por ejemplo, en octubre de 2017, Arabia Saudí concedió la ciudadanía a Sophia,una robot humanoide con inteligencia artificial que goza de derechos civiles en algunos casos superiores a los de las mujeres de ese país. Esto provoca muchas reflexiones, según Serra: “¿Cómo es posible que un régimen tan retrógrado haya sido capaz de concebir esta posibilidad? ¿Qué implicaciones tiene esto para los colectivos femeninos del país? ¿Qué puede ocurrir a partir de esta realidad?”. Dicho de otro modo, estos escenarios nos ponen delante de un espejo que nos devuelve una imagen de futuro que no queríamos haber considerado, nos incomoda o nos obliga a repensar de una manera profunda las premisas sobre las que asentamos el día de mañana. Otros movimientos que han aparecido recientemente para generar nuevos imaginarios de futuro surgen de la sinergia entre la prospectiva y el diseño, tal y como apunta Elisabet Roselló: “Algunas tendencias en diseño han dejado a un lado al usuario para centrarse en el ecosistema y elucubrar sobre sus posibles impactos en la sociedad”. Aquí hay toda una retahíla de nuevas corrientes que dan para otro reportaje: diseño ficción, diseño especulativo, diseño transaccional… A pesar de todo, Roselló recuerda que es imposible predecir qué ocurrirá porque “el futuro no existe” y estamos delante de infinitas posibilidades en un mundo complejo y lleno de imprevistos. “Al final, los verdaderos avances vendrán del hecho de que las ideas circulen y otras personas se las apropien, las desarrollen y mejoren para hacer frente a desafíos brutales. Tenemos que aprender a navegar por periodos de cambios turbulentos preservando aquello que creemos valioso y eliminando los lastres que no nos ayuden”, sentencia Serra. |
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