Toma de pantalla. Vídeo RT en español. |
Pueblos: Derechos humanos: Argentina
Por Orestes Martí.
Las Palmas de Gran Canaria
2020-12-23
El pasado 12 de noviembre de 2020, leímos en el Canal de
Página 12 en Telegram la noticia siguiente:
“El New York Times publicó un documental sobre los escraches a genocidas
en Argentina”. Se llama “Atención! Murderer Next Door” (¡Atención!
Un asesino vive al lado) y se centra en los esfuerzos de los organismos
de derechos humanos por llamar la atención sobre la impunidad a los genocidas.
Accedimos al
sitio enlazado y nos encontramos con un documental de Sean
Mattison sobre “cómo avergonzar a un dictador”, con la nota de alcance
siguiente:
El diario norteamericano The New York Times publicó un potente corto
documental del cineasta Sean Mattison sobre los escraches en Argentina
en los años noventa. La película se llama “Atención! Murderer Next
Door” (¡Atención! Un asesino vive al lado) y se centra en los
esfuerzos de los organismos de derechos humanos argentinos y en
particular de HIJOS por llamar la atención sobre la impunidad a los
genocidas.
El corto, de casi veinte minutos, se publicó en una sección del diario
llamada OP-DOCS que sube a la web documentales de corta duración sobre
temas políticos y sociales. Las películas son presentadas con un texto
de sus directos, en este caso de Mattison, que lo tituló “Cómo
avergonzar a un dictador”.
Mattison le explica al lector norteamericano que la dictadura argentina
mató y desapareció a 30.000 personas con la mayor crueldad. En los años
noventa, ante la falta de justicia, los organismos comenzaron a
manifestarse frente a los lugares de trabajo y las viviendas de los
genocidas para avergonzarlos y concientizar a los vecinos sobre a quién
tenían en el barrio.
El director explica que esta técnica de acción directa pacífica se llama
escrache, que traduce al inglés como “exposure”. Mattison termina su
breve texto resaltando que ahora el escrache “es una herramienta
importante para los militantes que buscan justicia en el mundo entero”.
En la película se ven varios escraches y sus protagonistas explican la
justicia de sus acciones y lo pacífico de sus actos, concentradas en
denunciar a los genocidas ante sus vecinos, avergonzarlos y marcas sus
casas con pintura, roja “como la sangre de sus víctimas”. Es imposible
no notar el tono educativo del video, que claramente quiere mostrar un
modelo positivo de acción política para países como, por ejemplo, los
Estados Unidos de Donald Trump.
El video puede verse entrando a este link:
How to Shame a Dictator
By Sean Mattison
November 10, 2020
Their neighbors carried out crimes against humanity — and were exposed
for it.
Se preguntarán los amables lectores el motivo de mencionarlo ahora,
un mes después…. pues les diré que el pasado domingo 20 de diciembre el
destacado trovador cubano Silvio Rodríguez Domínguez publicó un “pos”
que nosotros reproducimos y recomendamos su lectura (de hecho
recomendamos ambas cosas)
El orgullo de María
Por Diego Sztulwark
El testimonio de María Santucho en el juicio contra el mayor Españadero
Fuente:
https://www.elcohetealaluna.com/el-orgullo-de-maria/
“Con orgullo debo decir que mi padre nos había preparado para la
clandestinidad”, declara la “Negra” María Santucho, sobrina
de Mario Roberto, ante el Tribunal Oral Federal N° 6 en el juicio
Españadero Puente 12 II.
A sus sesenta años, María es abuela, y su vida transcurre entre Buenos
Aires y La Habana, ciudad en la que reside hace décadas y donde
desempeña una intensa actividad como productora cultural en el Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau. En su testimonio, realizado el día
11 de diciembre de 2020 de manera virtual, retornan los días de horror
vividos por parte de su familia y por ella misma hace exactamente 45
años.
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A comienzos de diciembre
del ’75 un allanamiento a cargo de un grupo de tareas secuestró a
María, que entonces tenía 15 años, junto a su madre, Ofelia, a sus
hermanas menores Susana (14), Silvia (13) y Emilia (10) y a sus tres
primas Ana (14), Marcela (13) y Gabriela (11), también menores
—hijas de Mario Roberto y Ana María Villarreal —, a Mario Antonio
Santucho, bebé de 9 meses (hijo de Mario Roberto y de Liliana
Delfino) y a Esteban Abdón, de 4 años (hijo de Esteban Abdón y Elba
Balestri). Todos ellos llevaban nombres falsos y se encontraban en
una casa de seguridad del PRT-ERP.
María recuerda perfectamente el momento en que escuchó decir a uno
de los secuestradores: “Estos son Santucho”. Luego vinieron los
golpes, los insultos y los traslados. Primero al Centro de Detención
Clandestino llamado Protobanco, Cuatrerismo, hoy reconocido como
Puente 12, donde fueron sometidxs a golpes, toqueteos e
interrogatorios. Luego a una comisaría de Quilmes (Pozo de Quilmes),
y a un hotel de la zona de Flores antes de ir a parar a la Embajada
de Cuba, para salir, un año después, del país.
Entre sus recuerdos de aquella tenebrosa madrugada en Puente 12, hay
un hombre que le baja la bombacha [1]. Otro que le dice con voz
serena: “Yo la atendí personalmente a tu prima Graciela Santucho y
ahora te voy a atender a vos”. Luego otra voz le grita: “Vos sos
hija de Santucho”, y de inmediato recibe una patada en la boca del
estómago. Su mente piensa aceleradamente, “esto hasta ahora es
soportable”. Pero de inmediato alguien la toquetea y le advierte “te
van a coger todos los soldados”. Recuerda la capucha, la venda, el
pavor.
Pero sobre todo recuerda el trayecto que debió recorrer hasta entrar
al despacho de alguien que se presentó como el mayor Peirano, quien
luego de un breve interrogatorio, quedó a cargo de la supervisión de
todos los traslados del grupo hasta la salida del país. Años después
María se enteraría de que el mayor Peña o Peirano era en realidad
uno de los jefes del Batallón de Inteligencia 601, llamado Carlos
Antonio Españadero, a cargo de varias infiltraciones en las
organizaciones guerrilleras de la época.
Hace unos pocos años, a instancias de amigxs y
familiares, María obtuvo el domicilio de Españadero. ¿Qué hacer? Había
sido formada en la idea de que con el enemigo no se habla, pero creía
que saber le haría bien, quería la verdad y necesitaba sanar. Dejó en
manos de los jueces lo relativo a la determinación de responsabilidades
y penas y redactó una carta que dejó en la casa del represor. A los
pocos días recibió una respuesta del agente de inteligencia, lo que dio
lugar a un intercambio de correos electrónicos. María quería averiguar
qué había pasado con tantos militantes y combatientes, quería
información concreta. Al relatar este intercambio le dice al tribunal:
“No alcanza con lo que se ha hecho, me voy a morir sin saber dónde están
los restos de mi padre y de tantos seres queridos”.
Pero el intercambio no sólo no la sanó, sino que la hundió en una
angustia aún mayor, puesto que Españadero negó haberla interrogado en
Puente 12, y se dedicó a manipularla todo lo que puedo (“qué pensarán
los tuyo de este intercambio”). En su notable libro Bombo el
reaparecido, Mario Antonio Santucho, aquel primo de María secuestrado
con sólo nueve meses, relata una entrevista con Españadero, a quien
llama “El Embustero”. Españadero se negó a romper el pacto de silencio,
no dio muestra alguna de arrepentimiento, ni ofreció pista alguna sobre
los restos de sus familiares. En una entrevista reciente, a propósito de
su libro, Mario reflexiona sobre esta actitud de Españadero con las
siguientes palabras: “Mi impresión es que no pueden asumir realmente sus
actos. No pueden hacer justicia con sus actos, no pueden sincerarse con
lo que hicieron, compartirlo. Porque no estaban a la altura ética, y un
poco mi experiencia fue esa, intentar hacerle unas preguntas a este
personaje y claramente lo que encontré fue un modo de esquivarlas, no
responder. Decir que no saben nada, un pacto de silencio que permanece.
Esto me parece muy importante, porque hay un elemento fundamental en
toda esta historia reciente y en toda esta discusión, que sigue viva,
que sigue abierta, que es que no somos lo mismo, que hay una asimetría
entre los que dieron su vida, que lucharon por cambiar la sociedad y los
que entregaron su mano de obra y su ferocidad para defender un orden
injusto y para servir y hacer servilismo al poder constituido”.
Pocos contactos con las palabras transmiten el poder de la verdad como
los testimonios que quieren hacer algo con un pasado ominoso, del que es
imposible escapar. De allí la pregunta que María no deja de formular a
Españadero, al Tribunal, a la sociedad argentina: “¿Qué pasó con los que
dejamos atrás?”. Hay un desgarro del sobreviviente, un dolor que no es
culpa, pero sí es una lucha interminable por contar lo que pasó sin
poder responder a la pregunta imposible sobre por qué se sobrevivió.
En 2016 María visitó a Ofelia, su madre — a quien tuve la suerte de
conocer en el barrio de Alamar, en La Habana — , en un geriátrico de
Buenos Aires. Su memoria había dejado escapar el pasado, sólo retenía
aquel horror: “Mirá Negrita, me volvieron a atar las manos”, le dijo. Es
que el “horror vuelve”, reflexiona María. Vuelve con el miedo de que le
pueda ocurrir algo semejante a lxs hijxs, a lxs nietxs. Sanar, en
cambio, hacer algo con el desgarramiento, dice María al tribunal con su
pañuelo verde en la muñeca, es una forma de la dignidad que no alcanzan
los perpetradores del terrorismo de Estado, a quien María dirige una
última pregunta: “¿Dónde están nuestras muertitas y nuestros muertitos?
Son nuestros”. |
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