Algunas definiciones del concepto de soberanía (1) la refieren “al ejercicio de la autoridad en un cierto territorio”. Esta autoridad recae en el pueblo, aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega dicho poder en sus representantes. La Soberanía significa independencia, es decir, un poder con competencia total. Este principio señala que la Constitución es el fundamento o la base principal del ordenamiento jurídico, por lo que no puede existir norma que esté por encima de esta.
Conceptualmente, el término remite a la racionalización jurídica del poder político, o sea, la transformación del poder de hecho en poder de derecho. Históricamente el concepto aparece junto con el Estado moderno en el siglo XVI para describir el poder estatal único y exclusivo sujeto de la política. Norberto Bobbio resume que el concepto político-jurídico del término “sirve para indicar el poder de mando en última instancia en una sociedad política y, por consiguiente, para diferenciar a ésta de otras asociaciones humanas, en cuya organización no existe tal poder supremo, exclusivo y no derivado”. Así, la idea de poder supremo define a la soberanía y su presencia es inherente a la aparición del Estado. Con las revoluciones burguesas el concepto pasó de la idea del poder supremo del Estado a la del poder supremo de la voluntad general del pueblo o la nación. Entre las principales características que describen a la Soberanía es que es absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescriptible. Es absoluta porque define a un poder originario que no depende de otros ni está limitada por las leyes, es perpetua porque su razón trasciende a las personas que ejercen el poder y a diferencia de lo privado es imprescriptible e inalienable. Otra descripción del término se puede entender desde tres ópticas de su carácter: 1) limitada, 2) absoluta y, 3) arbitraria. La primera concibe la soberanía como Locke, la cual tiene límites naturales en el contrato del que surge (Constitución) y por el pueblo, de quien es un mandatario; la segunda, pregonada por Hobbes y Rousseau, contempla que el poder soberano no tiene límites jurídicos pero su poder obedece a una racionalidad técnica o moral (voluntad general); y la tercera que considera que el Poder Soberano es la expresión en ley del interés del más fuerte”. Los intentos del poderoso vecino del norte de apoderarse del archipiélago cubano tienen una historia de dos siglos y son la expresión concreta de sus concepciones imperiales de que Cuba les pertenece de hecho y de derecho y que, por tanto, tarde o temprano deberá ser anexada a los Estados Unidos. Tales intentos han tenido múltiples formas, entre ellas: las políticas, como la teoría de la Fruta Madura, esgrimida por John Quincy Adams en 1823, la Doctrina de James Monroe en 1826; el Destino Manifiesto en 1845, la Doctrina Evarst en 1878, la Diplomacia del Dólar y la del Buen Vecino de Roosevelt; o los intentos de compra directa a la antigua Metrópoli española: Polk en 1848, Pierce en 1853, Buchanan en 1857 y Ulises Grant, en 1869. (2) |
Un largo batallar por la soberanía
Autor: Graziella Pogolotti digital@juventudrebelde.cu «POR supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt […] y lo único indicado ahora es buscar la anexión. […] No puede hacer ciertos tratados sin nuestro consentimiento, ni pedir prestado más allá de ciertos límites. […] Por todo lo cual, es evidente que están en lo absoluto en nuestras manos. […] Con el control que tenemos sobre Cuba, un control que pronto se convertirá en posesión, en breve controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. Creo que es una adquisición muy deseable para Estados Unidos. La Isla se norteamericanizará gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que hay en el mundo». El texto es de la autoría de Leonard Wood, interventor gubernamental de Cuba en los días aciagos que sucedieron al fin de la Guerra Hispano-cubana-norteamericana. Muestra, de manera descarnada, el modo de implementar la anexión de la Isla de acuerdo con la doctrina del Destino Manifiesto. Resalta la férrea dependencia económica y política y las vías para complementarla mediante la construcción de mentalidades. La cita procede de un artículo de Antonio Núñez Jiménez, publicado a inicios de los 60 del pasado siglo y rescatado en el más reciente número de La Gaceta de Cuba. Su lectura resulta particularmente oportuna en el contexto de la conmemoración del comienzo de nuestras guerras por la independencia y de la última batalla librada en las Naciones Unidas a favor del cese del bloqueo, expresión contemporánea del tradicional propósito de apoderamiento de Cuba por parte del vecino del Norte. En efecto, pocos países como el nuestro han estado sometidos a tan prolongada lucha por la conquista de su plena soberanía. Cumplida la invasión de Oriente a Occidente, la victoria estaba al alcance de la mano a pesar de la caída de Antonio Maceo. El costo había sido muy alto. A los caídos en combate, a los campos arrasados, se añadían las consecuencias de la brutal Reconcentración decretada por Valeriano Weyler. Para quebrar la voluntad de los cubanos, los campesinos fueron conducidos a las ciudades y abandonados a su suerte, privados de hogar, alimentos y protección sanitaria. El saldo demográfico fue atroz. Y sin embargo, a la hora de firmar el tratado de paz, los representantes de la Isla no pudieron sentarse a la mesa de negociaciones. La Enmienda Platt fue derogada en 1934 como concesión al sostenido rechazo interno, acentuado en el curso de la Revolución del 30. Respondió también a la implantación de la llamada política del Buen Vecino formulada en Estados Unidos. En la práctica, el Tratado de Reciprocidad Comercial ataba a un solo mercado una economía basada en el monocultivo azucarero. La vida de los cubanos estaba sujeta al otorgamiento de las cuotas para el consumo norteamericano y al rejuego caprichoso de los precios. A las breves temporadas de vacas gordas sucedían las etapas dominadas por las vacas flacas, las recurrentes crisis de desempleo. A pesar de la dominación económica, el proyecto anexionista perfilado por Leonard Wood no tuvo las repercusiones previstas en la formación de las mentalidades. El modelo norteamericano proyectaba una imagen de modernidad apuntalada en el desarrollo tecnológico. El comercio de los ten cents ofrecía mercancías baratas rápidamente desechables y muchas bodegas comenzaron a llamarse grocery. Pero la introducción del hot dog no desplazó al energético pan con timba, compartido por los escolares y por los trabajadores del puerto. En lo más profundo de la conciencia popular, la intromisión en los asuntos internos del país había resultado contraproducente. Laceraba la dignidad cubana. Al sentimiento de frustración derivado de la imposición de la Enmienda Platt, al cabo de tanta sangre vertida, siguió un proceso de afianzamiento de los valores de la cultura nacional. Los maestros mantuvieron viva la memoria de los héroes. El enfrentamiento a las dictaduras respaldadas por el imperio contribuyó a la radicalización en el campo de las ideas. La noción de independencia se asoció progresivamente a la formulación de un propósito de justicia social, en renovada continuidad con el proyecto martiano. Esa síntesis histórica nutrió la plataforma programática de La historia me absolverá. La reivindicación de la soberanía nacional se inscribía entonces en una voluntad descolonizadora de mayor alcance, de dimensión latinoamericana y tercermundista. La voz de Cuba sobrepasó los límites de la Isla. En un mundo dominado por el ejercicio de la violencia, por el renacer de la xenofobia, por la agresividad de una derecha matizada de fascismo y por la depredación suicida de los recursos naturales, la defensa de los valores esenciales de nuestro proyecto histórico, solidarios y éticos, constituye palabra de orden.
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domingo, 11 de noviembre de 2018
Pueblos: Cuba soberana Por Orestes Martí
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