Eusebio, su obra, su legado, su
presencia
Por Orestes Martí.
Las Palmas de Gran Canaria 2020-8-16
Hace ya un tiempo -aunque parece que fue
ayer- que la Coordinadora Internacional TESORO publicó “Pueblos:
un hombre Leal al tiempo” y allí también dimos a conocer un enlace a
la serie completa -en vídeo- que amablemente nos entregara la amiga Magda Resik
y que con posterioridad hemos tratado modestamente de divulgar.
ANDAR LA HABANA (SERIE EN VÍDEO)
Después de pasado unos días de la desaparición física
de don Eusebio, nos disponemos a publicar una misiva que nos hizo llegar
el amigo Lorenzo Gonzalo, desde la Ciudad de Miami, EE.UU.
El periodista cubano residente en Miami, Lorenzo Gonzalo. De
visita en Gran Canaria invitado por la Asociación de Cubanos
Residentes en Gran Canaria y la Asociación de Amistad
Canario Cubana, para dar a conocer la labor que realiza en
EE.UU. en defensa de Cuba.
Eusebio Leal, la voluntad de
levantar un templo
Por Lorenzo Gonzalo
3 de agosto del 2020 El 31 de julio me levanté con la triste noticia de la muerte de Eusebio Leal Spengler, quien estuvo al frente de la Oficina del Historiador de La Habana, durante varias
décadas.
Lo esperaba, pero no quería que llegase el momento. Me conmocionó, como
pocas muertes anteriores. Tenía un carácter fuerte, pero se mezclaba con
una simpatía hacia los demás poco común. No había palabra ajena que no
escuchase y nunca faltaba el elogio cariñoso y el reconocimiento a
quienes lo rodeaban. Nunca he visto un lugar de trabajo donde el
colectivo de trabajadores en general no sintiese por él una admiración
rayana en la devoción.
Hablé con Magda, Directora del programa del municipio La Habana Vieja,
Jefa de Prensa y Vicepresidenta de la UNEAC, quien estaba junto a su
lecho a la hora del fallecimiento; con Anita, una amiga íntima quien,
junto a otros, lo acompañaron a lo largo de su dolorosa enfermedad hasta
la muerte y también con Pardo, ayudante, amigo, compañero y chofer que
velaba por él como velan los hijos por su padre. A todos le faltaron las
palabras. Cuba acababa de perder unos de sus mejores alientos.
Sabemos que las personas, en lo referente a su trabajo, son
reemplazables, pero jamás podemos sustituirlas. Unos son más difíciles
de reemplazar que otros, pero el estilo, el carácter, el modo de
proceder, no lo es. Este es el caso de Eusebio, como le llamaban amigos
y pueblo en general.
Lo conocí informalmente, a principios de 1993 cuando asistía a un
Seminario sobre Democracia Participativa, un evento convocado por
cubanos emigrados en coordinación con el gobierno, dirigido por
Amalio Fiallo, quien entonces residía en Venezuela. Me llamó la
atención su dinamismo y la espontaneidad exacta de sus palabras en cada
instante de la conversación. Lo rodeábamos un grupo de emigrados que
fuimos a conocerle en medio de uno de los recesos. Eusebio siempre tuvo
un especial interés por la unidad del cubano y una gran receptividad
hacia la emigración a la que consideraba de gran importancia para el
desarrollo del país. En una ocasión le escuché decir en una alocución
pública en el parque Cayo Hueso, que “algún día el emigrado tendría
derecho a votar” por los administradores del Estado. Con el tiempo
llegamos a ser buenos y afectuosos amigos a través de Magda Resik,
una de sus inseparables amistades y trabajadora infatigable de La Habana
Vieja y la Oficina del Historiador.
Mi primera impresión, durante aquel primer e informal encuentro, fue la
de alguien a quien el tiempo se le escapaba; para quien era
imprescindible no perder un segundo de la existencia. Estaba vívidamente
presente en la conversación y, sin embargo, estaba ausente. Parecía que
había mucho por hacer y un tumulto de ideas se debatían en su interior.
No obstante, seguía el hilo del tema que nos reunía, respondiendo con
acierto e intercalando incluso notas jocosas, de profundo sentido. Era
hombre con un gran sentido del humor.
Eusebio acompañó y colaboró incansablemente con el fundador de esa
Oficina, Emilio Roig de Leuchsenring, una persona insustituible
en sus funciones y difícilmente reemplazable.
Si Emilio Roig pudiese asistir en estos días al doloroso instante
del deceso de Eusebio, estaría sonriendo del enorme salto en la
continuidad de su obra, durante estos largos años de injusto bloqueo y
carencia de recursos, los cuales no evitaron que su desprendida
devoción, se impregnase en la noble voluntad de miles de artistas,
artesanos, obreros especializados y lo más difícil, el entendimiento de
las autoridades del gobierno, para realizar una obra que en poco tiempo
adquirió la dimensión de un sagrado templo. Ésta era precisamente, la
premura infinita que traslucía su conducta: salvar el patrimonio,
reinventar La Habana sin que perdiese su esencia fundacional.
Luchando por un tiempo contra la marea política y “la incomprensión
probable de los hombres” como decía José Martí, llegó el instante que
puso en conocimiento de Fidel Castro, líder de la Revolución
Cubana y entonces al frente del gobierno, la necesidad de evitar que la
ignorancia borrase de aquellos adoquines y fachadas la memoria histórica
que celosamente guardaban. Fue entonces que le fue encomendada la tarea,
no sólo de evitar que aquello ocurriese, sino hacer lo posible y lo
indecible, por levantarle el esplendor perdido por el abandono,
inconsciente unas veces y cómplice otras, de las autoridades y
ciudadanía en general.
Cuando era niño recuerdo aquellos callejones y callejuelas de La Habana
Vieja, derruidas, ya en pleno abandono desde la década de 1940, mientras
la opulencia se concentraba en la “modernidad de otra Habana” que, por
razón de intereses foráneos, prefería que imitásemos un modo de vida
contrario a nuestro origen español y de rancio arraigo en la Europa
continental.
La acción imparable de la voluntad de Eusebio y la confianza de las
autoridades en su pulcritud, devoción y amplia cultura autodidacta, hizo
que regresaran los pedazos más significativos de cada siglo del
desarrollo, no sólo de la capital habanera, sino de cada ciudad y Villa
Fundacional del país.
No fue un político, sino un trabajador social de corazón, ampliamente
demostrado por sus actos. Lo adoraban en aquella barriada inmensa en que
convirtió la ciudad de La Habana Vieja. Allí las personas lo detenían a
su paso para conversar con él de los más variados temas, y cuando
escuchaba una queja la guardaba en su memoria y buscaba la solución más
factible dentro de las limitaciones impuestas por el injusto bloqueo de
Washington y los frenos internos impuestos por paradigmas difíciles,
aunque no imposible, de ser vencidos.
Siendo un autodidacta obtuvo los títulos de Doctor Honoris Causa de
múltiples universidades y condecoraciones de decenas de países. Algunos
piensan que ha sido la persona más condecorada de la historia.
Ahora llega la hora de los hornos, la más difícil: reemplazarlo en sus
funciones. ¿Quién se pondrá la sotana del presbítero incansable
recorriendo minuciosamente cada obra de reconstrucción a las seis de la
mañana? ¿Quién, convencido plenamente del objetivo, presto siempre a
encomiar a otros, pero evasivo a los halagos? ¿Quién consciente que el
socialismo es amor por la belleza, el confort necesario, el derecho a la
palabra crítica como Eusebio?
No es fácil, como dice el cubano sencillo de la calle. Ojalá el sentido
de la obra de Emilio, multiplicada y engrandecida por esa voluntad cuyo
espíritu continuará paseando por las calles habaneras hasta el final de
los tiempos, encuentre el reemplazo adecuado. Los cubanos estamos llenos
de bondades y alegría, pero en ocasiones, tendemos a tomar decisiones
con cierta prepotente ligereza.
Te deseamos que no descanses en paz Eusebio. Donde quiera que estés
continúa visitando tu oficina, tu ministerio, la obra de tu templo
imaginario y disfrutando de ese calor humano que te ofreció y continúa
ofreciendo, cada ciudadano que siempre te quiso como su mejor y más
venerado vecino.
Y sobre todo Eusebio: intercede a la hora de tu reemplazo.
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