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Pueblos: Guerra y paz: Belarus (V). Lo que no se aborda
con claridad.
Por Orestes Martí
Las Palmas de Gran Canaria 2020-8-26
En verdadero mar de informaciones aparentemente
contradictorias, las agencias de información y los medios corporativos
internacionales pro occidentales van sembrando de noticias falsas los
acontecimientos en Bielorrusia, mientras la
Agencia de Información bielorrusa BelTA,
hace esfuerzos por brindar su propia imagen de lo que sucede al interior del
país.
Y en todo ese universo informativo, nuestros amables lectores se sienten un poco
faltos de otras visiones que les permitan conocer “elementos” que ninguna de las
dos fuentes antes mencionadas brindan.
Por todo ello, nosotros vamos a compartir lo expuesto por una
En un muy documentado artículo que
acaba de publicar en Sputnik bajo el título “¿Quiere
EEUU la barbarie ucraniana en Bielorrusia?”, justamente
brinda lo que nosotros pensamos que nuestros lectores requieren para que
puedan sacar sus propias conclusiones o al menos contar con una visión
más universal de hechos y situaciones.
© Sputnik / Stringer |
Occidente con EEUU a la cabeza
ha tratado de aplicar su vieja y consabida fórmula para derrocar a un
Gobierno, y esta vez le tocó al presidente de Bielorrusia, Alexandr
Lukashenko, quien olvidó el destino de los gobernantes que
intentaron acercarse y complacer a Washington y Bruselas, seducidos por
sus promesas de ayuda “desinteresada”
“No juegues con fuego”, decía mi
madre.
“No juegues con agua”, decía mi padre. (Rasul Gamzatov, 1923–2003).
Parece que la experiencia de
Muammar Gaddafi, asesinado en 2011, o de Sadam Husein,
colgado en 2006, no le enseñó nada a Lukashenko, quien empezó a ser
demasiado amistoso con Occidente tratando de equilibrar
la OTAN y Moscú y denunciar inclusive a su hermano mayor,
Rusia.
Entonces, los estrategas de
Washington decidieron que ya ha llegado la hora de que se vaya el
presidente de Bielorrusia, y ordenaron a sus previamente preparados
opositores bielorrusos y sus agentes externos: los vecinos polacos y
lituanos, para iniciar una revolución de colores y poner en el
poder a alguien más pro occidental y más radical.
Los opositores, guiados por el Grupo Central de Acciones Psicológicas de
Polonia localizado en Bydgoszcz, Polonia, y controlado por la División
de Inteligencia de la OTAN y la CIA, iniciaron
violentos disturbios el pasado 9 de agosto en la mayoría del
territorio nacional y en especial, en la capital, Minsk, cuando
Alexandr Lukashenko fue proclamado el ganador de las elecciones
presidenciales con más del 80% de votos.
Todo estaba listo para que la Unión Europea (UE) denunciara los
resultados de las elecciones e impusiera sanciones a los principales
funcionarios estatales bielorrusos. Entonces el secretario de Estado de
EEUU, Mike Pompeo, declaró su apoyo a las sanciones de la
UE. El ministro de Finanzas de Alemania, Olaf Scholze,
declaró que Lukashenko “tenía que irse”.
A la vez, la candidata de la oposición para las elecciones
presidenciales, Svetlana Tijanóvskaya, que obtuvo el
10,12% de los votos, declaró que hubo un fraude electoral y que fue ella
la que
había ganado la contienda. Enseguida Tijanóvskaya llamó a
los bielorrusos a manifestarse contra Lukashenko. Desde aquel 9 de
agosto la violencia se apoderó de la capital de Minsk y de la mayoría de
las ciudades del país. Los provocadores bien organizados y dirigidos por
las estaciones de TV Nexta Live y Nexta, creadas por la
CGDP de Polonia, han estado transmitiendo desde Varsovia y la
capital de Lituania, Vilnius, instrucciones a sus dirigentes
provocadores tanto extranjeros como bielorrusos, informándoles sobre el
desplazamiento de la Policía y en especial de las fuerzas antimotines y
aconsejandoles cómo atacar y prender fuego a los policías.
Se usaron piedras, cócteles molotov y fuegos artificiales, y se estrenó
una nueva técnica de agresión contra la Policía y amenazas contra
sus familiares. Los escuadrones de la Policía especial respondieron a la
violencia también con excesiva fuerza y, como resultado, en los primeros
10 días de protestas, centenares de personas fueron heridas, entre ellas
más de 150 policías y más de 6.700 manifestantes detenidos. Al
decimoprimer día de protestas, la violencia empezó a disminuir pero
algunas fábricas, complejos industriales y periodistas de varios canales
de TV
se declararon en huelga contestando al llamado de Svetlana
Tijanóvskaya desde Vilnius, Lituania, donde se refugió, a
iniciar una huelga indefinida para paralizar la economía, lo
que obligaría a Lukashenko a renunciar.
La oposición ya
creó el Consejo de Coordinación para la Transferencia del
Poder formado por 70 “verdaderos bielorrusos, conocidos ciudadanos y
profesionales”, según su declaración. La mayoría de los miembros de este
consejo es antirrusa, prooccidental y partidaria del neoliberalismo.
El Consejo de Coordinación subrayó en su documento sobre las pendientes
reformas que “la situación dentro del país y fuera no es favorable a
los intereses nacionales. El peligro principal para los opositores
consiste en la creciente agresividad del Kremlin, la participación de
Bielorrusia en el proyecto de integración bajo el dominio de Rusia, el
control de Moscú sobre los medios de comunicación y el bajo nivel de
conciencia de los bielorrusos”.
El programa del Consejo, que se presenta como un gobierno
provisional, y su Paquete de Reanimación consisten en las
siguientes propuestas principales:
-salir de todos los proyectos de integración con la participación de
Rusia;
-fortalecer la identidad nacional bielorrusa y el idioma nacional;
-entrar en las estructuras políticas, económicas y militares de la Unión
Europea (UE) y de la OTAN;
-prohibir las organizaciones prorrusas y la transmisión de programas
rusos;
-la salida de los militares rusos de Bielorrusia; privatización del
sector estatal;
-instrucción y preparación de los militares nacionales en la OTAN.
La lista sigue, pero su toque neoliberal y antiruso es una analogía del
programa de la oposición ucraniana puesto en marcha en 2014, con
resultados que producen escalofrío, pues Ucrania seis años después de su
Maidán se convirtió en un estado fallido sobreviviendo a
costo de préstamos y dádivas de Washington y Bruselas que tiene que
pagar como sea.
¿Qué pasó en Bielorrusia para que surja una oposición neoliberal
abiertamente antirusa y prooccidental y logre el apoyo de un gran sector
de trabajadores? Hace poco Bielorrusia tenía cierto parecido con la
Unión Soviética en los últimos años antes de
la perestroika.
Su presidente durante 26 años en el poder vía elecciones legítimas nunca
permitió la privatización de las empresas estatales, conservó los
beneficios sociales de la época soviética y evitó la aparición de los
oligarcas. Sin embargo, con el pasar del tiempo empezó a buscar todos
los pretextos para retrasar la integración de Bielorrusia con Rusia,
cuyo tratado fue firmado el 2 de abril de 1997. Poco a poco Lukashenko
comenzó a imitar a su amigo, el presidente de Turquía Recep
Tayyip Erdogan, que se oscila permanentemente, según circunstancias,
entre Washington y Moscú.
En 2014, Lukashenko percibió el Maidán o revolución de colores en
Ucrania como una oportunidad de elevar la importancia de su país en
términos geopolíticos tanto frente a Moscú como frente a Washington y
Bruselas, y de paso aumentar su poder de negociador con Rusia.
Bielorrusia nunca reconoció la integración de Crimea en la
Federación de Rusia. Tampoco reconoció la independencia de
Abjasia y Osetia del Sur. Con el tiempo, Bielorrusia empezó
a convertirse, según Defense One, en un “aliado inestable de Putin”.
En 2018, el subsecretario adjunto para asuntos europeos y euroasiáticos
del Departamento de Estado norteamericano, George Kent,
hizo “un esfuerzo deliberado para recuperar las relaciones con
Bielorrusia”. De acuerdo al análisis de Stratfor, una CIA privada,
“Bielorrusia, el aliado más cercano de Rusia, empezó a portarse cada vez
más amigablemente con Occidente”. Precisamente aquel año la
Administración Obama planteó trabajar en tres direcciones para
convertir a Bielorrusia en una nueva Ucrania: preparó a la oposición
para destituir a Lukashenko y tomar el poder, impuso a la sociedad
bielorrusa valores occidentales y utilizó la fuerza blanda de las ONG,
fondos, instituciones y partidos para implantar la influencia occidental
en la élite nacional”.
Para aquel entonces en Bielorrusia ya había penetrado una red de más de
1.000 ONG occidentales del total de 2.770 que estaban registradas por el
Gobierno. El proyecto norteamericano elaborado desde la
desintegración de la Unión Soviética en 1991 y que es
vigente actualmente consiste en la creación de un cordón sanitario que
se extiende del mar Báltico al mar Negro para contener a Rusia.
Originalmente este proyecto bajo el nombre de Prometeísmo fue ideado por
el primer mariscal de Polonia, Jozef Pilsudski, que
dirigió el país de 1918 a 1935. Su propósito fue crear la Federación
Intermarium (entre mares) incluyendo a Lituania, Letonia, Estonia,
Finlandia, Bielorrusia, Ucrania, Hungría, Rumanía, Yugoslavia y
Checoslovaquia bajo la dirección de Polonia. Así, según
Pilsudski, la URSS y su sucesora, Rusia, estarían
debilitadas.
Lo interesante es que la idea del Prometeísmo y de la Federación
Intermarium sigue en la mente de los actuales dirigentes de
Polonia. El presidente del país, Andrzej Duda, declaró en
agosto de 2015 que estaba pensando mucho en “la formación de un
bloque de países que se extendiese desde el mar Báltico al mar Negro y
al mar Adriático”, y que sin duda alguna estaría bajo el mando de
Polonia. Bielorrusia sería uno de los miembros de esta formación. No hay
que olvidar que este país era parte de la Mancomunidad de
Polonia-Lituania entre 1569 a 1795.
Con este propósito crearon un
Programa Polonia-Bielorrusia-Ucrania con un presupuesto
anual de 183 millones de euros, que está funcionando ya más de 5 años.
También están subsidiando la Universidad Europea Humanitaria (UEH)
ubicada en Vilnius, Lituania, con capacidad para 1.500 estudiantes, de
los cuales el 95% proviene de Bielorrusia. Por supuesto, todo esto se
realiza bajo la dirección de la CIA y de los servicios de inteligencia
europeos. Y la mayoría de los fondos proviene de EEUU, especialmente del
Departamento de Estado vía USAid, las ONG, las fundaciones de Soros y de
la Unión Europea y sus ONG.
Lo interesante de todo esto es que la poderosa KGB bielorrusa, dirigida
por un experimentado profesional de inteligencia, el general
Valeri Vakulchik, no solamente conocía la existencia de esta red
de ONG, sino que permitió su despliegue y sus actividades. También la
KGB cerró los ojos frente a un visible despertar de nacionalistas en un
ambiente de deterioro de
las relaciones entre Minsk y Moscú, especialmente después de
la visita del secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo,
que
ofreció petróleo y ayuda desinteresada al Gobierno de
Lukashenko. Es decir, ofrecieron el oro y el moro.
El show del
arresto de 33 mercenarios rusos por la KGB que supuestamente
se trasladaron a Bielorrusia junto con otros centenares de soldados de
fortuna rusos para crear caos en Bielorrusia, de acuerdo a la
información que recibió el servicio de inteligencia nacional de sus
colegas del SBU ucranianos, demuestra o la incompetencia de la KGB, un
acto deliberado para empeorar las relaciones entre Rusia y Bielorrusia o
la penetración de esta organización por otros servicios. Basta una
llamada del general Vakulchik a Moscú para saber que fue una provocación
del servicio de inteligencia de Ucrania SBU. El general nunca lo hizo.
En realidad, el intento de Bielomaidán, con sus protestas y
violencia, es el resultado de la política de Alexandr Lukashenko de
intentar jugar con Occidente olvidándose de la seguridad de su país,
su soberanía y el bienestar de su pueblo, que depende mucho de Rusia.
Más del 70% de sus productos de exportación va a Rusia, y este país
siempre ha apoyado a su vecino. Ahora está pagando las consecuencias de
su alejamiento de Rusia y su coqueteo con Occidente.
Y eso que Lukashenko en sus 26 años en el poder logró preservar los
beneficios sociales de su pueblo heredados del socialismo y mantuvo un
buen funcionamiento de su economía a pesar de carecer su país de
recursos naturales esenciales. Lo que descuidó fue su aparato
burocrático, que no percibió los cambios que se produjeron con la
revolución tecnológica en los medios de comunicación en la mentalidad de
su pueblo debido a la virtualización de la información, donde las
fake news se entremezclan con los rumores reemplazando
frecuentemente la verdad.
El acercamiento a Occidente hizo aflorar también las ambiciones
personales de oportunistas, igual que pasó en la URSS y posteriormente
en otros países ex socialistas que percibieron una oportunidad única de
convertirse en oligarcas. Por eso no es de extrañar que varios
directores de los complejos industriales de Bielorrusia, como el
director de la planta de tractores de ruedas de Minsk, Alexéi
Rimashevski, declarasen públicamente no reconocer los
resultados de las elecciones y llamasen a los obreros a la huelga.
Lo mismo hizo la autoproclamada presidenta, Svetlana Tijanóvskaya,
desde su refugio en Vilnius para paralizar la economía y así castigar al
régimen de Lukashenko.
Los pretendientes a oligarcas no se dan cuenta de que si la
oposición llega al poder todas estas empresas y fábricas van a ser
desmanteladas o que, en el mejor de los casos, pasarán a manos de
transnacionales y los obreros serán los primeros en ser sacrificados
como pasó en Ucrania y en parte, en Rusia. Parece que el pueblo
bielorruso ha empezado a darse cuenta de lo que realmente está pasando
en su país y del futuro que le quiere dar la oposición al servicio de
los más ricos y poderosos del planeta. No hay que olvidar que la bandera
blanca y roja que están usando la oposición y los participantes en las
protestas como símbolo de lucha contra el conocido como último dictador
de Europa no es la bandera actual de Bielorrusia, sino la que fue usada
por el Gran Ducado de Lituania y la Confederación Polaco-Lituana.
La usaban también durante la
ocupación de Bielorrusia por los nazis (1943–1944) durante
la Segunda Guerra Mundial unos 28.000 voluntarios de la Defensa
Bielorrusa y los voluntarios bielorrusos de la 36 División de los Waffen-SS.
El gauleiter (comisionado nazi) de Minsk, Wilhelm Richar Kube,
fue el que autorizó el uso de esta bandera por el Consejo Central de
Bielorrusia.
Por eso no es de extrañar el pronunciamiento del Ministerio de Defensa
de Bielorrusia: “Los militares no podemos ver con tranquilidad cómo
bajo las mismas banderas que los nazis usaron durante las matanzas de
bielorrusos, rusos, judíos y de otras comunidades se llevan a cabo
acciones en los lugares sagrados. No podemos permitir que esto suceda”.
La oposición ya está advertida.
El presidente Lukashenko se dio cuenta del precio de sus jugadas y está
haciendo todo lo posible para apaciguar al país. Se espera que los
obreros y el pueblo en general tome conciencia de la marcha al
precipicio al que la oposición está llevando al país y que el Gobierno
de Rusia extienda la mano de ayuda y apoyo a Bielorrusia por el bien de
ambos países.
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