Espada y escudo de la nación cubana
Autor: Eduardo Torres-Cuevas*
Foto: Archivo
Ser cubano es también la libertad de serlo. La cultura construye diariamente la conciencia interior de lo que se es; expresión auténtica de lo que se hace; hacer cultura es la construcción del edificio espiritual y material de la cubanía
Al llegar a Bayamo y dirigirse el visitante al parque Céspedes, siente una sensación irrepetible cuando penetra en su espacio. Allí está presente el Padre de la Patria y, frente a él, la letra entera de La Bayamesa, cuyas dos primeras estrofas constituyen el Himno Nacional Cubano. Céspedes y Figueredo, actos heroicos e himnos de combates, semillas en terreno fértil.
La amplia región de Bayamo-Manzanillo es partera de nuestra cultura del hacer y del pensar, de lo heroico y de lo sensible cotidiano. Al margen de las capitales del poder colonial, Santiago de Cuba y La Habana, desde el siglo XVII Bayamo se enfrenta a los monopolios de las flotas españolas; se envían tropas para someterla y sus habitantes las obligan a retirarse; allá va un obispo de Cuba, Juan de las Cabezas Altamirano, y no logra el objetivo de someter a Bayamo, pero su figura inspira el primer poema escrito en Cuba, Espejo de Paciencia de Silvestre de Balboa. En este documento ya aparece un héroe de matices nuevos, el negro criollo Salvador Golomón y el concepto de Patria es decir de la madre tierra. Criollismo y patriotismo evolucionan desde sus componentes culturales integrados por hábitos, costumbres, tradiciones, leyendas, imaginería e historia en construcción diaria. El poder colonial responde al indoblegable espíritu bayamés, le niega la condición de ciudad. Y Bayamo sigue levantisca. A finales del siglo XVIII ya en la región se produce una de las primeras conspiraciones contra el estado y la sociedad coloniales.
Será en la primera mitad del siglo XIX cuando la cultura revolucionaria de la región Bayamo-Manzanillo se expresará con especial acento. El primer proyecto constitucional para una Cuba independiente, republicana y laica, lo redacta un bayamés, Joaquín de Infante, en 1810. Este será el origen de las concepciones fundamentales de las constituciones cubanas. Un nutrido grupo de jóvenes se forma en una cultura de patriotismo e independencia, de una arraigada cultura criolla y en gestación de los componentes de la cubana. Se cumple en este año el 220 aniversario del natalicio del bayamés José Antonio Saco, que quiso, en el epitafio de su tumba, rezara: «Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista porque fue más cubano que todos los anexionistas juntos».
Para 1868, ya existía un notable grupo de bayameses que cultivaron su cultura como expresión de sus sentimientos patrióticos y, sobre todo, los valores que habían aprendido de su medio social y natural y de la lectura de importantes obras de la época. Muchos de ellos, junto a las convicciones que llevaban a la independencia, disfrutaban la poesía, la música, el teatro, las construcciones a la criolla. Carlos Manuel de Céspedes reúne todas esas condiciones. En tiempos diferentes, y con características musicales diferentes, fueron escritas las tres bayamesas: la de Céspedes, Castillo y Fornaris, romántica y que aún su sonoridad parece acompañarnos; la de Pedro Figueredo, marcha guerrera, cuyas dos primeras estrofas se convertirán en nuestro Himno Nacional y la de Sindo Garay, que recuerda las glorias de los hombres y mujeres del mambisado.
La conspiración independentista del 68 de hecho respondía a un anhelo común en toda la isla de Cuba. Se conspiraba de oriente a occidente. Se discutía cuándo y cómo se comenzaba un alzamiento simultáneo. Lo que le dio especial destaque a la figura del Padre de la Patria fue la decisión, en un momento impostergable, de levantarse en armas e indicar el camino de la Revolución. El gesto de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, era algo más y mucho más que un simple estallido de dignidad. No era una rebelión espontánea, sin programa, sin proyecto; era una Revolución que se asentaba en una cultura cultivada por los propios iniciadores en cualquier parte del país. El gesto de Francisco Maceo Osorio de pedirle a Figueredo que hiciera «nuestra Marsellesa» tenía una especial significación. Esa marcha, unida a la aspiración republicana, recorría entonces el mundo en la voz de los revolucionarios. No era el Himno Nacional francés como lo fue con posterioridad. Al escuchar sus notas, por primera vez, el gobernador español de Bayamo sintió el brío patriótico y el llamado al combate que sus notas, el lenguaje sin palabras, ya transmitía. Cuando el 20 de octubre de 1868 las tropas mambisas entraban en Bayamo se entonó, ahora con letra, nuestro Himno Nacional. Era la expresión de una cultura que estaba enraizada en el ambiente revolucionario cubano. El pueblo bayamés la aprendió y la cantó. Ella resumía un largo proceso, pero al mismo tiempo iniciaba los caminos de los contenidos patrióticos y del nacionalismo musical cubano. La trascendencia de La Bayamesa de Figueredo, y el momento en que se entona por primera vez, cuando la ciudad ha sido tomada por los mambises le dan legitimidad y razones para que se tome ese día como el Día de la Cultura Cubana.
Lo significativo del movimiento iniciado en Demajagua es su rápida extensión por toda la Isla. El Camagüey se levanta en armas el 4 de noviembre de 1868 en el Paso de las Clavellinas. Dará figuras de la magnitud de Ignacio Agramonte y Salvador Cisneros Betancourt. El 6 de febrero de 1869, en el cafetal San Gil, en Manicaragua, Las Villas se insurrecciona.
Figuras patrióticas como Federico Fernández Cavada, el joven Eduardo Machado, Carlos Roloff y Serafín Sánchez son parte del mambisado villareño. La Habana es un verdadero hervidero. Un joven, de solo 15 años, llamado José Martí y Pérez escribe su inmortal ¡10 de octubre! La poesía de Céspedes ha encarnado en la poesía de Martí; la onda expansiva de La Demajagua llega al corazón de este joven habanero, quien retomará la espada y la pluma para escribir tanto poesía como las fundamentaciones culturales y políticas de la Revolución Cubana.
Ha surgido una nueva etapa de conformación de la sociedad y la cultura cubanas. Con Céspedes se han iniciado las guerras de independencia pero también un intenso movimiento cultural, que adquiere nuevas dimensiones expresando el sentimiento y el pensamiento por la creación de la nación cubana. Su paradigma es clave. Libertad para la nación y para quienes forman parte de él, de ella, independientemente de orígenes, razas, sexos o cualquier manifestación de diferencia y riqueza. Soberanía del pueblo y de la nación; estructura republicana y laica; enseñanza pública gratuita y laica; libertad de conciencia y de culto e igualdad social y jurídica. El 10 de abril de 1869 en la Asamblea Constituyente de Guáimaro quedan aprobadas parte de estas propuestas, mientras otras quedan supuestas para cuando triunfe definitivamente la Revolución. Guáimaro da unidad política y jurídica a la proyección de la Revolución. Podrán manifestarse corrientes incluso antinacionales pero el paradigma está trazado.
Estamos iniciando el periodo de conmemoraciones del aniversario 150 de la Fragua en que se forjó la Nación Cubana. El levantamiento de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y la toma de Bayamo junto al momento en que se entonó por vez primera nuestro Himno Nacional dieron origen a un complejo y multidimensional proceso donde lo criollo adquirió una nueva dimensión: lo cubano. Sería el campamento mambí, mezcla de hombres y mujeres, de blancos, negros y chinos, de cubanos e internacionalistas de América Latina, de Europa e inclusive de Norteamérica, donde en el fuego intenso de la manigua se cociera el «ajiaco cubano» de Don Fernando Ortiz. Diversas formas culturales asociadas al modo de ser, hacer y pensar desde Cuba y para Cuba fueron constituyendo los elementos culturales que hicieron inalterable la decisión de independencia. La conciencia patriótica, desde entonces fue la conciencia revolucionaria. Y este proceso, necesariamente no era de meses ni de unos pocos años. No era circunstancial, sino era permanente, permutando las circunstancias históricas en la búsqueda de la realización de la plenitud y el disfrute de la calidad cultural y social del pueblo forjado con la espada y con el escudo de su cultura.
Hace 50 años, el 10 de octubre de 1968, nos reuníamos personas provenientes de toda Cuba, entre ellos estudiantes universitarios en las ruinas del ingenio Demajagua. Atardecía cuando Fidel Castro pronunció sus palabras en aquel acto central por el centenario del hecho liminar de Céspedes. Allí expresó: «En Cuba solo ha habido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes». De entonces acá han transcurrido otros 50 años, ese largo y sostenido periodo histórico consta de cuatro etapas marcadas por cuatro revoluciones. Cada una de ellas fue necesaria como continuidad y superación de las anteriores, la de 1868 de Aguilera, Céspedes y Agramonte; la de 1895, de Martí, Gómez y Maceo; la de 1933, de Mella y Guiteras, y la de 1959 liderada por Fidel Castro. Cuba, colocada, al decir de Martí, en «ese crucero universal», se vio necesitada de librar una lucha sostenida porque la Revolución de Céspedes, la de Martí y Maceo, la de Mella y Guiteras, no solo triunfara sino que fuera capaz de enfrentar las más complejas y duras peleas.
Para esas batallas, entraron en la naturaleza física y social cubana sus artistas, escritores y pensadores. Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Martí, Enrique José Varona, entre otros tantos, dieron continuidad y constante modernidad y transformación al pensamiento cubano. José María Heredia, Juan Clemente Zenea, José Martí, Nicolás Guillén, Rubén Martínez Villena, Jesús Orta Ruiz, le dieron a la poesía cubana una riqueza evolutiva que llena aún los espacios sensibles de la sociedad cubana. Cirilo Villaverde, Miguel de Carrión, Alejo Carpentier y José Lezama Lima conforman cúspides de una literatura siempre original. Esteban Salas, Nicolás Ruiz Espadero, Manuel Saumell, Ignacio Cervantes, José White, Ernesto Lecuona, Eduardo Sánchez de Fuentes, Sindo Garay, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Leo Brouwer, Barbarito Diez y Antonio María Romeu, la orquesta Aragón, Benny Moré y los Van Van, expresan una evolución en el tiempo, una búsqueda y una sonoridad, expresión en diversos géneros y formas, y en distintas épocas de un pensamiento musical cubano.
Dos componentes han estado en la cultura y en la sociedad cubanas. Lo primero ha sido el patriotismo inteligente. Se trata de los dos principios del ser cubano: crear desde el conocimiento una conciencia cubana y, desde esa conciencia de lo que se es, tener la voluntad de serlo. Ser cubano es también la libertad de serlo. La cultura construye diariamente la conciencia interior de lo que se es; expresión auténtica de lo que se hace; hacer cultura es la construcción del edificio espiritual y material de la cubanía. Es sonido, imagen, paladar de sabor cubano y tacto de sentir cubano. El compromiso del intelectual, no es primariamente político, es un compromiso cultural que da el sostén firme e irrenunciable de la construcción política de la nación.
Esa labor de todo un pueblo en el desarrollo constante de una cultura que siempre fue antidogmática y creadora por el rico sabor de la herejía, que se ha sostenido por más de 150 años, enfrentada a las más diversas condiciones disolventes, que solo es auténtica cuando se lleva en el interior de cada espíritu, es la que le da una especial vitalidad en estos tiempos donde, en otras condiciones, en medio de la sociedad del espectáculo, de la generación de las tesis del no pensar, del aturdimiento, de la banalidad de superficie, incapaz de entender la unión entre los vasos comunicantes que tienen siempre su origen en el corazón, es no ya un compromiso, es una necesidad de autenticidad, de identidad y de comprensión social. Tormentas naturales y políticas hacen de estos tiempos incitadores de la necesaria creación cultural en todas sus manifestaciones, especialmente política, para que nuestra nación siga enfrentando con éxito lo que abuelos y padres construyeron pensando siempre en la Cuba soñada.
Tenemos el terreno abonado por la sangre y el amor de generaciones precedentes. En ellas hay que sembrar la semilla para que eche las raíces y hagan imbatible al árbol y dé sus mejores frutos.
Historia y cultura participan de un mismo espacio que no se recrea en el pasado sino que forman parte de un presente en el cual constituyen parte de lo actual cotidiano, de la identidad, de la comprensión de lo que se es porque se sabe de dónde se viene y se encuentra el camino adónde ir. Desculturizar y borrar la memoria histórica, y excluir el arte de pensar constituyen hoy elementos centrales en una ofensiva globalizadora que requiere de estas ausencias para una dominación no convencional ni tradicional.
Hoy, en tierra bayamesa, Cuna de la Nación Cubana y de su Cultura, y Día de la Cultura Nacional sentí la necesidad de expresar de modo sencillo, el aliento y el orgullo de pertenecer a los historiadores, escritores e intelectuales cubanos que tenemos la extraordinaria herencia a la que aquí hice referencia y que nos coloca aventajadamente, sin dogmas, ni lugares comunes, ni consignas de ocasión, en el camino y con el ejemplo de la creación en momentos difíciles. Letras afiladas cortadas con la espada y escudo de ideas expresados en la obra de cada hacedor, seguirán siendo fragua para seguir forjando, en disímiles circunstancias, la nación cubana.
*Presidente de la Academia de la Historia de Cuba
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