Por Lorenzo Gonzalo
Radio Miami
El más reciente de los sucesos cubanos, ha conducido a un tibio enfrentamiento de las relaciones diplomáticas de Estados Unidos de América y Cuba. Se trata de la novelesca sobre una epidemia de sordera adquirida o inducida por 22 funcionarios estadounidenses, La mayoría de ellos operativos de inteligencia, según afirmaciones del Departamento de Estado.
Las mencionadas sorderas han dado lugar a especulaciones. Quienes queremos la mejor relación entre Washington y La Habana, más allá de adivinar lo sucedido, nos preocupa que esto ocasione un regreso al pasado agresivo del Norte contra la Isla.
Según el gobierno estadounidense, algo grave ha ocurrido, con lo cual coincide el gobierno cubano. El Presidente Raúl Castro, en entrevista personal con el embajador saliente Jeffrey DeLaurentis, le expresó “estar preocupado por los hechos”, una manera tácita de reconocer que algo ha pasado.
Se dice que el FBI fue invitado a investigar dentro del territorio cubano, algo poco usual. También se dice que a los agentes cubanos que los acompañan no los han dejado penetrar en los departamentos donde residían los afectados.
Lo curioso es que un suceso semejante haya ocurrido en un país donde la seguridad es casi tan buena como la de su vecino del Norte.
En Cuba han sucedido cosas graves. El proceso no ha sido lineal ni tan monolítico como lo narra la oficialidad. Tampoco tan desorganizado como lo muestra el enemigo. Han existido conspiraciones de funcionarios, espionaje dentro de altas esferas incluyendo tráfico de drogas y corrupción por mal uso de los fondos o en el ejercicio de la autoridad. Algunas de ellas han terminado en el juicio y condena por fusilamiento de generales y héroes nacionales.
Difícil que se escape al sólido tejido de los servicios cubanos de investigación y recolección de datos, un asunto como el caso de los sordos.
En Washington tenemos un Senador advenedizo llamado Marco Rubio, muchacho inteligente, ambicioso que, amparado en el exilio que solicitaron sus padres huyendo de la dictadura de Batista, ha tergiversado los hechos para sumarse al carro de quienes en Florida hacen política usando el dolor del emigrado cubano, siempre rezando a sus santos para poder visitar su tierra, regresar a vivir en ella, mostrarla a sus hijos nacidos en ajenos horizontes y sonreír cada día por saber que los suyos están bien.
El muchacho aprendió rápido el juego de la politiquería, la hipocresía, la deslealtad y el oportunismo concomitante en las Esferas del Estado. Sabe que allí no hay amigos y todo se vale. Por eso un día se deja ofender por Trump y al siguiente le da un abrazo. Este Congresista, a cargo de la comisión de inteligencia del Senado, ha visto los cielos abiertos con la dilación de una respuesta contundente de las autoridades cubanas.
Habiendo admitido Raúl Castro que algo grave ha sucedido y aceptando Washington que el Estado cubano no está involucrado, era de esperar una reacción que fuese más allá de invitar al FBI a investigar lo sucedido en suelo cubano. De existir absoluta certeza que el incidente no fue provocado por entidad alguna dentro de la Isla, debió existir una declaración manifestando que, de ser cierto, ocurrió dentro de las paredes de las residencias diplomáticas o en la propia Embajada estadounidense, para prevenir de ese modo, la acción del enemigo siempre acechante y que, este caso, ha estado liderado por el Senador Marco Rubio, quien seguramente le sopló la intriga al oído del Presidente.
Que sea un total invento es cuestionable, por cuanto las declaraciones de las autoridades cubanas reconocen la existencia de una anomalía que, por supuesto pudiera ser de responsabilidad exclusiva los diplomáticos estadounidenses.
Como consecuencia de lo que algunos pudieran interpretar como la dilatación injustificada cubana para dar una respuesta, el avispado muchacho devenido en Senador por su inteligencia, capacidad, formación académica y sus mañas camaleónicas, derramó el veneno por los pasillos de la Casa Blanca.
Lo sucedido indica a todas luces que el pretexto esperado por la errática Administración, para cumplir con las cuestionables promesas de campaña a un pequeño sector de cubanos exilados, le llegó en bandeja de plata. Quizás nunca las hubiese cumplido de no haber existido la habilidad de Marco Rubio, su conocimiento de un lado y otro de la orilla, su compromiso irrestricto con el pasado dictatorial de Batista y sus sucesores y su capacidad para influenciar en el carácter megalómano de Donald Trump. El sainete de la sordera le ofreció al Presidente la excusa perfecta.
Es tarde ya para un regreso a la normalidad relativa alcanzada en la época de Obama. Si se aclara o no el asunto, el mal está logrado. Los halcones anticubanos están ganando de nuevo la partida. Habrá que esperar cuatro años de gobierno de Donald Trump y rezar para que no salga reelecto. Además, el Estado cubano deberá contemplar pacientemente qué sucede en España, Venezuela e Irán y el camino de Rusia, a quien posiblemente le resulte más conveniente una relación amistosa con Washington, al estilo chino, que una confrontación.
En fin, el cuarto está oscuro y huele a queso, excepto que Cuba decida jugar a su interior un ajedrez vietnamita con estilo criollo y pase por encima de cualquier obstáculo que se le interponga. Entonces veríamos hasta dónde las grandes corporaciones estadounidenses pueden torcerle la mano a Rubio y sus acólitos.
No creo que el Senador gane muchos méritos para las próximas elecciones con su actitud. Los cubanos emigrados han sido heridos de gravedad con las nuevas medidas y mucho más con lo que podría avecinarse. Pero esa es una jugada electorera que el Senador deberá valorar, si es que le interesa y que depende también de la decisión del despolitizado electorado cubano que engrosó la población estadounidense a partir de los ochentas.
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