miércoles, 1 de noviembre de 2017

Lorenzo Gonzalo Incompatible contradicción

Incompatible contradicción
por Lorenzo Gonzalo

En la ciudad de Washington, capital de Estados Unidos, acaba de celebrarse una reunión de un grupo de emigrados cubanos con representantes del gobierno de Cuba. Son actividades que han tenido lugar de manera sistemática, con intervalos más o menos cortos, desde el 22 de abril de 1994 a la fecha. Con anterioridad, en 1978, se había realizado un primer intercambio entre personas de origen cubano, que habían emigrado al fragor de los avatares políticos acaecidos en Cuba con motivo del inicio del proceso revolucionario comenzado en 1959, luego del derrocamiento de una sangrienta dictadura, gracias a la acción multitudinaria de la sociedad cubana.

El referido Encuentro resultó uno de los más importantes, no sólo por el anuncio de nuevas regulaciones que añaden sustancialmente al proceso de normalización entre la emigración y el Estado cubano, sino por la presencia del Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez y del Doctor Eusebio Leal Spengler, quien dirige la Oficina del Historiador de La Habana.

Hasta donde la memoria me lo permite, uno de los aspectos definitorios de este conversatorio, que lo destaca en gran medida de los anteriores, fue el comienzo de las palabras del Ministro Rodríguez, al referirse a dicha actividad como el vehículo que “vincula a los emigrados con su Nación”. Me parece que define acertadamente lo que han sido y sobre todo las aspiraciones de los emigrados, incluyendo a esas inmensas mayorías que no hemos sabido movilizar.

Durante años he sido crítico del patrón asumido por los diferentes encuentros entre emigrados cubanos y autoridades del gobierno de Cuba, pero defensor del evento acuñado con ese término y esa posición es congruente con la condición ciudadana de aquellos que deciden vivir en otros países, pero no reconocida en el caso del cubano.

Objetivamente, los emigrados son una dicotomía. Por una parte, tienen válidos intereses nacionales y por otra poseen derechos inherentes o adquiridos en las naciones donde viven. Esta dualidad los vincula por una parte a sus países de origen y por otra, al entramado legal de sus lugares de residencia.

Vivir en otras tierras, no representa para la mayoría una pérdida de sus derechos nacionales por eso demandan respeto para sus tierras originarias, familiares, amigos, reconocimiento de su autoridad para vincularse económica y socialmente con ese paisaje sentimental y por encima de estas consideraciones, aspiran a su derecho de regresar un día a sus terruños, sin perder los fueros adquiridos tras años de esfuerzos y contribuciones en ajenos horizontes.

Los emigrados en Estados Unidos se caracterizan por su militancia política reclamando sus derechos como residentes estadounidenses. Cuando salen en manifestaciones de protesta, se borran las nacionalidades que nutren las multitudes aglomeradas frente a las dependencias de gobierno.

Siento envidia cuando los mexicanos se reúnen frente al Capitolio o la Casa Blanca para protestar contra el muro propuesto por el Presidente Trump y veo junto a ellos a otros centroamericanos y suramericanos que ven esa acción como un agravio a la humanidad.

Los cubanos en cambio, no nos consideramos emigrados. En gran medida vemos con curiosidad “a esos emigrados que protestan y reclaman”. Es precisamente ese criterio, sembrado en la mente del cubano por las fuerzas conservadoras que inauguraron la entelequia llamada “Exilio Histórico”, el principal contribuyente a la distorsión del verdadero status del cubano que vive en Estados Unidos.

El movimiento de la migración cubana en Estados Unidos, debe ser rescatado. Tuvo una época en que pudo serlo en la década de los noventas algo que ya he mencionado en artículos anteriores, pero ha quedado en el olvido, a partir de convertir todas sus actividades en reuniones puntuales con el gobierno cubano. Su resultado ha sido que quienes allí vamos somos la izquierda no gubernamental cubana que apoya un proceso de cambios realistas en el país, gente que quiere hacer negocios con Cuba y quienes apoyan al gobierno partidistamente.  

Esas reuniones, como la que acaba de celebrarse, han sido importantes para obtener el reconocimiento de las autoridades cubanas como nacionales con derechos y aspiraciones y para normalizar el entramado migratorio destruido durante la Guerra Fría, pero han tenido como contrapartida la creación de organizaciones minimalistas, no representativas de la masa emigrada, interesadas más en el proceso de normalización migratoria del Estado cubano, que en el reclamo de sus derechos como emigrados residentes en Estados Unidos. Han suicidado sus reales condiciones.

Ningún emigrado sufre más violaciones de sus derechos en Estados Unidos que el cubano. En el centro del problema están las Leyes del Embargo-Bloqueo vigentes. Los cubanos en Estados Unidos, tenemos limitaciones en los derechos de viaje, envío de ayudas, recibir le retiro de la seguridad social en Cuba, hacer negocios, comprar propiedades y reunirnos con quienes nos plazca en la Isla. Además, somos objeto de discriminación social en ciudades como Miami, donde viajar a Cuba, a pesar del volumen de las personas que lo hacen, no es bien visto dentro de las esferas del Poder Político de la ciudad.

Esa incongruencia entre los derechos y la apatía de reclamarlos, es el centro de mi crítica y debe ser valorada por aquellos capaces de organizar y acopiar recursos. El emigrado cubano, además de reclamar del gobierno de Cuba y alegrarse del proceso de normalización migratoria, deben mostrar a Washington que es discriminado y humillado y ha sido convertido en una víctima del diferendo político entre ambos países. Esa contradicción sólo se resuelve, renunciando a creernos que somos especiales y diferentes al resto de las nacionalidades. La historia nos ha inducido el complejo de ser desterrados y especiales. Una incompatible contradicción. Creo que hay que levantarse y echar a andar.

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