Argentina: El dúo Fernández (y III) Por Orestes Martí
Foto: Cristina Fernández de Kirchner Argentina: El dúo Fernández (y III) Por Orestes Martí
Después de haber publicado las primera y segunda partes de nuestro trabajo sobre diversas opiniones existentes en el escenario argentino a partir del anuncio hecho por la expresidenta de aquel país, Cristina Fernández de Kirchner -primero las de nuestro compañero Ángel Guerra Cabrera en su artículo El misil de Cristina y posteriormente las Notas sobre las elecciones presidenciales del 2019 en la Argentina de Atilio Borón; vamos a dar a conocer la tercera y última de estas opiniones; en esta oportunidad las del Comunicador y destacado activista social Aram Aharonian aparecidas en Alainet, bajo el título Ganar elecciones, ¿para qué?: Cristina, verticalismo, gobernabilidad y la teoría de lo posible(NOTA: debido al volumen del artículo, lo vamos a ofrecer en dos partes)
Cuando a cinco meses de las elecciones del 27 de octubre todos los estudios de opinión y encuestas electorales mostraban a Cristina Fernández de Kirchner caminando hacia un triunfo en primera vuelta, la exmandataria dio vuelta el tablero y anunció que el candidato a presidente sería su exjefe de gabinete Alberto Fernández, y ella sería su vice.
Con su decisión, Cristina buscaba allanar el camino para construir una coalición más amplia, hacia una nueva hegemonía política, que ya de por sí será débil por los condicionamientos socioeconómicos. Lo que llama la atención es que los sondeos la muestran con una imagen positiva 15 puntos por encima de la del presidente Mauricio Macri y 16 sobre la del “reformista” Sergio Massa.
En una demostración de verticalismo, Cristina tomó la iniciativa desde la “mesa chica” y alineó al conjunto de la fuerza propia detrás de esa decisión, lo que deja en claro por un lado el poder de la exmandataria y la debilidad del conjunto de las fuerzas que integran el espacio, por el otro. Es el verticalismo que ha construido históricamente, en nombre de la lealtad, una cultura de obsecuencia y traición, como dos caras de la misma moneda, señala el sociólogo Marcelo Langieri.
Ante la ausencia de garantías suficientes para construir una mayoría en la segunda vuelta electoral, apela al diálogo y la moderación como ejes de la propuesta. Lo extraño es que fue la agudización de la crisis descomunal, lo que sirvió para justificar el giro centrista tanto para afuera del espacio como para adentro, alejando las fantasías sobre una radicalización programática, con un programa que reivindicara un gobierno popular sin corruptos para desarrollar la agenda de tierra, techo, trabajo, de la juventud y del feminismo popular.
Apostó por un armado político de “centro nacional”, con protagonismo del Partido Justicialista (PJ), de los gobernadores, de una franja del empresariado local, de la llamada burocracia sindical. Una apertura hacia la derecha del espectro político, un giro al pragmatismo. ¿Será que Cristina se despide del progresismo?, se pregunta Miguel Mazzeo. Lo cierto es que a muchos ha sorprendido el silencio de la exmandataria sobre los ataques a la integración regional en general, y a Venezula en particular.
Desde hace meses el tema de la gobernabilidad fue el de mayor preocupación no solo de los políticos locales sino también del Departamento de Estado estadounidense y la socialdemocracia europea (y los think tanks de ambos). Toda la artillería de la prensa hegemónica fue moldeando el imaginario colectivo de la necesidad de hallar alguien que lograra suturar la grieta profunda entre el poder fáctico y el resto de la sociedad, en especial el kirchnerismo y el peronismo.
La llamada grieta es la estrategia de gobernar a partir de una minoría intensa, un estilo de ejercicio del poder, que nació en 2009 durante el conflicto del campo, cuando el kirchnerismo golpeado, vencido en las elecciones legislativas del 2009 y con escasos apoyos, logró reconstruir su legitimidad a partir de una sucesión de reformas progresistas: estatización de la previsión social, ley de matrimonio igualitario, asignación universal por hijo, entre otras.
Algunos interpretaron estas medidas como una radicalización, pero en realidad fue la forma de incorporar a otros sectores, sumar nuevos temas a la agenda, para recuperar la popularidad y la hegemonía.
La grieta le permite a un gobierno retener el poder, ganar elecciones, pero no alcanza para emprender transformaciones profundas y sostenibles, como demuestra la experiencia del cristinismo pero también la del macrismo, que hizo de la grieta una verdadera filosofía de Estado y encontró una serie de dificultades para desplegar plenamente su programa regresivo de reformas (laboral, previsional, impositiva), señala el director de la edición local del mensuario francés Le Monde Diplomatique, José Nathanson
Y ahí se fueron barajando varios nombres para superar la grieta, publicitada por los medios hegemónicos (macrismo de un lado, kirchnerismo del otro), en busca del camino del medio. Casi todos quedaron en el camino tras los nueve fracasos consecutivos del macrismo y sus aliados/cómplices en elecciones regionales; entre ellos el exministro de Economía Roberto Lavagna, lanzado desde el peronismo reformista como cabeza de un eventual acuerdo nacional, quien contaba con el visto bueno y apoyo de la embajada estadounidense.
Algunos sectores de la militancia y de los adherentes al kirchnerismo justifican la decisión de Cristina; unos hasta hablan de su “genialidad táctica”. Pero muchos otros están desilusionados, sobre todo los más postergados, porque la candidatura del ungido significó un golpe a su entusiasmo y la voluntad manifiesta de no avanzar hacia cambios estructurales, en nombre de la teoría de “lo posible”, la asesina de la utopía.
Cristina funcionaba como vector de posiciones críticas, energías democráticas y denocratizantes, de pasiones populares, porque los avances democráticos y las políticas de contenido popular del kirchnerismo fueron de la mano de una Cristina “compañera”, dura, intransigente, movilizadora, ideológicamente comprometida, sin el lastre de la burocracia política del justicialismo. Hoy aparece como “jefe” el manso Alberto, un constructor de puentes con el enemigo, encargado de suturar la grieta entre kirchnerismo y macrismo.
Si Cristina inició esta etapa del juego electoral con una “maniobra brillante”, falta aún que muevan sus piezas los otros actores, los del poder fáctico: los medios concentrados y cartelizados, la Embajada (obviamente la de EEUU), el gran empresariado y las grandes corporaciones. Lo que será difícil es gobernar con la oposición sistemática del poder fáctico y sus medios de comunicación e información, y eso lo sabe bien el kirchnerismo. Quizá por eso el ungido fue el otro Fernández, Alberto.
Ya al presentar su libro “Sinceramente”, el 9 de mayo, propuso un contrato social de ciudadanía que incluyera a empresarios, sindicalistas e intelectuales, siguiendo el proyecto nacional de Juan Domingo Perón en 1974, tratando de formar el tipo de base necesario para gobernar. En el Foro Mundial del Pensamiento Crítico en Buenos Aires, había señalado que la distinción entre izquierda y derecha era un anacronismo. En junio de 2015, aún en el gobierno, había distinguido que “no hay ideologías, se trata de intereses contrapuestos”.
¿Se trata de una democracia participativa o un cheque en blanco para que la próxima administración pueda gobernar sin demasiado ruido en las calles?, preguntan en radios y televisoras. Hoy sus seguidores fueron invitados a participar en esta nueva aventura electoral, pero nadie les pidió su opinión.
Jorge Fontevechia, director del diario Perfil, señala que Cristina “más allá de su psicología, sea narcisismo primario, megalomanía, sesgo paranoide o delirio de grandeza, todas las categorías conllevan a una etiología similar: elegirse a sí misma como objeto de amor”.
Alberto Fernández es un “negociador”, hasta hace muy poco tiempo encolumnado detrás de Sergio Massa y crítico de muchas de las “características del cristinismo” que hoy le endilgan a su actual mentora quienes tardan en aceptar su liderazgo; de históricas buenas relaciones con los medios hegemónicos locales y contactos sólidos con grupos de presión estadounidenses con llegada a la Casa Blanca y, sobre todo, al Departamento de Estado.
“Un perfil semejante le permite a la ex mandataria ampliar las posibilidades de crecimiento de su espacio, potenciado desde el primer momento con el renunciamiento inmediato del exgobernador Felipe Solá, un precandidato que aporta desde el arranque sus propuestas sobre la defensa de la economía popular, sobre todo de las mujeres y los hombres que la desarrollan, además de darle profundidad al voto, más allá del cono urbano bonaerense”, señala el analista de CLAE, Carlos Villalba.
Se supone que para lanzar esta fórmula, Cristina consultó a Massa, titular del Frente Renovador, un partido que, como el Justicialista, Unión Ciudadana, Proyecto Sur, Partido Comunista, el Partido de la Cultura, la Educación y el Trabajo o el Partido Solidario, podrían formar el “Frente Patriótico” de unidad nacional, con el que Cristina aspira a derrotar al macrismo.
“Para ganar espacio se corre a la derecha”, señala Rubén Armendáriz, considerando que explícitamente prefiere a la derecha justicialista que a los grupos de centroizquierda del propio peronismo, para consolidar el gobierno que suceda al actual, que sigue mostrando indicadores sociales y económicos que tienen a la mitad de la población argentina contra las cuerdas del hambre, la desocupación, la miseria, las enfermedades, la marginación.
-Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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Alberto Fernández, el candidato que eligió Cristina Kirchner, entrevista exclusiva
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